Divergente

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Los jueguitos del hambre

Cuando una película remite (casi) todo el tiempo a otra es que estamos en problemas. Y eso es lo que ocurre con Divergente, primera entrega de la saga basada en tres novelas de Veronica Roth (serán cuatro films porque el último libro se dividirá en dos) que es poco más que un burdo reciclaje de múltiples elementos ya vistos en la bastante superior Los juegos del hambre.

Distópica y post-apocalíptica, Divergente nos traslada a una Chicago que ha sobrevivido a una guerra que arrasó con casi todo el resto del mundo. Allí se han establecido cinco distritos/facciones (en los Juegos del Hambre son 13) y cada adolescente a los 16 años debe unirse a uno de ellos: Verdad (para los sinceros), Abnegación (para los altruistas), Osadía (para los valientes), Cordialidad (para los pacíficos) y Erudición (para los inteligentes).

Ocurre que Tris (la insulsa Shailene Woodley, lejísimos de esa actriz que prometía tanto en Los descendientes) es una divergente y, por lo tanto, una amenaza, un ser incontrolable para un sistema con mucho de totalitario (ay, esas referencias obvias al nazismo). La heroína se une a los intrépidos integrantes de Osadía (aquellos que deben custodiar a la comunidad) y allí conocerá a un instructor hot llamado Four (Theo James), con quien mantendrá una relación casta bien a la… Crepúsculo (sí, no se privan de ninguna analogía).

El director Neil Burger había demostrado su oficio narrativo con Los afortunados, El ilusionista y Sin límites, pero aquí su capacidad queda por completo desdibujada (así como la de una actriz absolutamente desperdiciada como la aquí malvada Kate Winslet) en medio de una trama de alegorías banalizadas y elementos melodramáticos (sobre todo familiares) y románticos de una superficialidad pasmosa incluso en el contexto de una saga adolescente sin demasiadas exigencias. Todavía quedan tres películas para remontar la franquicia… o padecerla.