Fabricada en línea de montaje
Es una ley tan vieja como el cartel de Hollywoodland y tiene plena vigencia en el siglo XXI. Si a usted, señor productor, le va bien con una, haga dos, tres o cuatro más. Y si usted es otro productor y no tiene los derechos, haga algo parecido pero sin caer nunca en el plagio. Pueden ser superhéroes, sagas sobre un pasado de fantasía o “distopías” futuristas con protagonistas adolescentes. Nada de ello es malo en sí mismo y estas producciones pueden derivar en abominaciones cinematográficas, productos dignos e incluso alguna que otra obra maestra. Divergente, basada en la primera de una serie de tres novelas de la escritora Veronica Roth, intenta absorber a una parte de ese público que adoró Los juegos del hambre y su secuela, con la cual comparte un futuro dividido en “facciones” y un puñado de jóvenes atrevidos y rebeldes que encarnan, por supuesto, una luz al final del camino ante tanta sociedad represiva. Son los Salieris de Orwell, a mucha honra o desgracia.
Las relaciones con la exitosa franquicia de los vampiros crepusculares también se dejan ver en Divergente, en el plano general –con sus grupos de muchachos y muchachas embanderados en actitudes, formas y códigos de vestimenta– e incluso en detalles como la reticencia de la protagonista, Tris (Shailene Woodley), a pasar del beso superficial, con un “no quiero ir tan rápido” como cinturón de castidad disfrazado de promesa. Teniendo en cuenta el escenario post apocalíptico que la rodea, algo así como un “a no coger aunque se acabe el mundo”. Lo cierto es que dos horas antes, al comienzo de Divergente, Tris no se llamaba Tris y tampoco era miembro de Audacia sino de Abnegación, dos de los cinco grupos en los cuales los habitantes de esta Chicago del futuro han sido estereotipados y segmentados con la excusa de mantener la paz y el orden. Sociedad en la cual, aparentemente -–y sólo aparentemente–, todo funciona de maravillas. Es por eso que la chica corre un serio peligro: ella es una “divergente”, es decir, alguien que nació con capacidades para ser osada, abnegada, sabia, cordial y honesta, todo junto y revuelto. En otras palabras, un ser humano con todas las letras.
Metáfora va, metáfora viene, con el telón de fondo de un buen diseño de producción digital, el director Neil Burger (el mismo de El ilusionista) y los guionistas se las arreglan para meter en 139 minutos una gran cantidad de idas, vueltas, desvíos y subtramas, dejando el camino bien pavimentado para las tres secuelas que se vienen. Precisamente, una de las guionistas es Vanessa Taylor, productora ejecutiva de la exitosa serie Game of Thrones. Casualmente o no, la película edifica la narración con un formato cercano al televisivo, no tanto en escenas como en módulos narrativos (un tema sobre el cual todavía no se ha teorizado en profundidad: la influencia de las más recientes series en la estética cinematográfica mainstream contemporánea). La primera hora y cuarto de Divergentese concentra en el entrenamiento de Tris en su nuevo hábitat y cada uno de esos “módulos” culmina con una prueba o desafío físico o mental. La segunda mitad se deja llevar por el enamoramiento (el muchachito es nada menos que su entrenador, llamado Four e interpretado por Theo James) y el melodrama familiar, al menos hasta el momento climático, cuando Tris se enfrenta a la súper-villana de Erudición, una Kate Winslet que se saca de encima el rol con cierta altura. Divergente es pop fabricado en línea de montaje: poco brillo, cero ironía, escasa creatividad.