Una apuesta al humor para mostrar bajezas que quedan al borde del ridículo
El mayor de los hermanos Kaurismäki tiene una prolífica y curiosa filmografía, que incluye unos 30 largometrajes en tres décadas de carrera, varios de ellos documentales dedicados a grandes artistas de la música brasileña (desde hace años está radicado en Río de Janeiro). Más allá de la incómoda comparación con Aki -uno de los directores europeos más importantes de los últimos tiempos-, Mika sigue incursionando también en la ficción con suerte diversa. En este sentido, Divorcio a la finlandesa no se ubica entre lo mejor de su producción.
Kaurismäki propone aquí una mixtura entre la screwball comedy clásica (velocidad, delirio, absurdo, humor físico, dardos verbales) y unos pases tragicómicos en los que expone lo peor de la condición humana (léase odio, resentimiento y venganza).
El eje del film son las desventuras de un matrimonio de clase media-alta que está a punto de divorciarse, pero que decide seguir conviviendo hasta que se venda su hermosa casa. A pesar de que acuerdan algunas reglas básicas, cada uno de ellos empezará con provocaciones, mentiras, reproches y hasta llevarán a distintos amantes (incluso contratados a tal efecto) para generar en el otro un ataque de ira y celos. Además, el director propone una subtrama policial con secuestros, robos, chantajes y muertes que tiene a la gran Kati Outinen -actriz-fetiche de Aki- como una improbable jefa de una banda mafiosa.
El gran problema de Divorcio a la finlandesa es que no funciona ni siquiera dentro del registro ampuloso, exagerado, muy próximo al grotesco, que propone. Los conflictos no hacen gala de una gran inspiración, las situaciones resultan poco graciosas y hay una marcada tendencia a la sobreactuación (con un festival de gestos obvios) y al subrayado. Muchas veces, a partir de la comedia (negra, despiadada) se pueden decir cosas inteligentes sobre el comportamiento social. Aquí, en cambio, la apuesta por el humor a la hora de evidenciar las peores miserias y bajezas queda demasiado cerca de caer en el ridículo.