Dixit

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Blanco y negro

El documental de Alcides Chiesa y Carlos Eduardo Martínez contrapone testimonios actuales sobre los centros clandestinos de detención y segmentos televisivos de archivo de la última dictadura cívico-militar.

Desde la restauración democrática, el cine documental ha cumplido un aporte fundamental a la hora de pensar las causas y consecuencias de la última dictadura. Algunos notables ejemplos han hecho foco en la apropiación de bebés y sus consecuencias históricas (Nietos (Identidad y memoria) (2004), de Benjamín Ávila), mientras que otros construyeron una mirada más general (con rigor en ambos casos). Dixit (2013) toma una premisa interesante: centrarse en los centros clandestinos de detención a partir de personas que estuvieron detenidas allí o sus familiares y, al mismo tiempo, contraponer esos testimonios con los archivos audiovisuales de los programas informativos de aquel período.

A partir de una serie de capítulos (cada uno de ellos, sobre un espacio en particular), Chiesa y Martínez se detienen en la voz de una o dos personas, lo que le permite al espectador conocer sus vivencias sin interrupciones molestas. El formato eminentemente televisivo (planos estáticos y algunos elementos sonoros altisonantes) permite ese contacto “directo”, pero al mismo tiempo la contundencia (ya no histórica, sino estética) se resiente un poco.

Uno de los méritos de este trabajo es federalizar su tema; hay capítulos que transcurren en Buenos Aires, pero otros en Tucumán o Neuquén, por ejemplo. A diferencia del citado caso de Ávila, los realizadores no eligen un solo núcleo temático más allá de la contraposición que hemos apuntado. El desarraigo, los mecanismos represivos, la psicología de las víctimas y los victimarios, la apropiación de niños, el rol de la Iglesia y el empresariado; algunos de los temas que aparecen en los testimonios. Como es de esperar, los hay duros; pero en la voz de sus protagonistas cobran un sentido histórico, único.

Sin golpes bajos (si hay golpes, son las lógicas emociones que se pueden desprender de una anécdota dolorosa), Dixit no alcanza un rigor técnico-estético sobresaliente, pero sí es valiosa la forma en la que en un único trabajo se aúnan pasado y presente sin perder emotividad. Particularmente valioso es el material de archivo, sobre todo aquel que revela la complicidad de algunos altos sectores de la Iglesia (el deleznable Monseñor Bonamón, por ejemplo), o los pasajes que muestran la perspectiva del Mundial del ’78 por fuera del periodismo deportivo.

El capítulo final recupera la figura de Julio López y su testimonio –crucial-, que sirvió para condenar a cadena perpetua a Miguel Etchecolatz. Dixit se transforma, minuto a minuto, en un fresco generacional que se proyecta hacia el futuro. Suena a lugar común, pero cuesta no decir que este es un trabajo de visión obligatoria.