cena en la que ambas corren desnudas entre las sábanas blancas de una terraza, a partir de que Djam juega a perseguir a Avril que sale de la habitación hasta el lugar, es de una frescura y desprejuicio inéditos. Definitivamente bella.
En este derrotero de road movie, les suceden todas las desventuras que en un viaje planteado en los términos de puro devenir pueden ocurrir: perder o ganar, comer o no comer, llegar o no llegar y al final salvarse para seguir su camino. La misión que el padre le había designado no desaparece de la historia, sino que marcará un momento importante en el devenir del recorrido.
Daphne Patakia, es la actriz que encarna a Djam, una joven que en su despliegue actoral se impone con un poder magnético que no nos deja ver otra cosa más intensa que su misma presencia en el cuadro. Maneja un nivel de actuación pocas veces visto en la pantalla de Medio Oriente para un personaje femenino: ya que destila pura vitalidad, locura, deseo, energía y sensualidad.
Djam en griego significa “jamás”, y si hay algo que este personaje no quiere perder jamás es la conciencia de sentirse dueña de su propia vida, de vivir a su antojo y con la potencia de ejercer su más absoluta libertad.
Otro de los elementos singulares en este relato es el abordaje de ciertos temas sociales conflictivos que aparecen a lo largo del viaje y en el cierre del filme: los temas raciales, los temas de marginación, la problemática de la migración y la gran crisis vigente en Grecia.
Aun así el guión tiene varias mesetas, y no logra una homogeneidad y una fuerza dramática totalizadora. En el balance entre forma y contenido pareciera que la insistencia en ciertos tópicos del contenido ganan por sobre el “cómo” los muestra, y ese no es un resultado de lo más feliz.
La que empuja el filme con toda su fuerza es la joven Djam con su magnetismo y la música que baña las escenas más seductoras del relato.
Por Victoria Leven
@victorialeven