Django Sin Cadenas es la incursión de Quentin Tarantino en el western. Antes que nada, debo admitir dos cosas: una, que no es lo que yo esperaba y dos, que es excesiva y muy indulgente. En las dos horas 45 que dura, hay una hora de glorioso cine, y 105 minutos de relleno de variable calidad, la mayoría del cual bien podría haber terminado en el piso de la sala de edición como para darle agilidad y brevedad a la historia. Django Unchained no es un gran Tarantino, pero sin dudas es mejor (y mas entretenido) que un Tarantino flojo (o mas restringido) como, por ejemplo, Foxy Brown.
Cuando escuché hace unos años que Tarantino quería hacer un western, me imaginaba un glorioso homenaje a Sergio Leone y una partitura de fondo compuesta por viejas glorias del Spaghetti. Lamentablemente no es lo que ocurre aquí; durante la primera hora hay unos torpes intentos de imitar un Spaghetti Western - pero no uno de Sergio Leone, sino alguno de los millones de imitadores italianos de segunda línea, del estilo de Sergio Corbucci & Co -, con zooms excesivos al rostro de los protagonistas, algunos flashbacks rodados en celuloide desteñido, y alguna que otra toma de jinetes posteados contra un amanecer / atardecer; pero, en cuanto al resto, Django Sin Cadenas se siente más como un filme blaxploitation que como un western de raza - esto es, melodrama con blancos presionando a negros hasta que éstos explotan y terminan por vengarse, amén de poner al héroe haciendo fanfarronadas diversas cuando las cosas le salen bien -, lo que incluye música negra contemporánea que, por momentos, resulta chocante en vista del contexto. El otro aporte que hace Tarantino son las balaceras, en donde toda esta gente parece estar manipulando cañones en vez de revólveres, razón por la cual los disparos retumban y la gente explota en una lluvia de sangre como si fueran bolsas de consorcio rellenas con jugo de tomate. Por otra parte Tarantino se regodea con escenas innecesarias, como toda la secuencia que transcurre la plantación comandada por Don Johnson, la cual incluye su cuota de perlitas - como la hilarante conferencia de los miembros del Ku Klux Klan, en donde discuten la mala calidad de sus capuchas -, pero que uno siente que no aportan nada al relato. Toda esa subtrama se podría haber resumido en un breve flashback, amén de agilizar la narración hasta llegar al punto en donde la historia se pone realmente interesante.
Si durante la primera hora Jamie Foxx es un palurdo sin carisma (y todo parece jugado para que Christoph Walz se la pase robando escenas), cuando llega a la plantación el moreno comienza a emerger con auténtica estatura de héroe. Es que en realidad el núcleo del filme se basa en la entrada de Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson en el relato, en donde las cosas se ponen realmente espesas. Ahí es cuando Tarantino nos recuerda que tiene talento para rato largo, fundamentalmente porque el tipo se despacha con otra de esas largas y tensas secuencias en donde todo termina para el demonio - ¿se acuerdan el largo monólogo que le disparaba el mismo Walz a un granjero francés al inicio de Bastardos Sin Gloria?; bueno, aquí hay algo equivalente, sólo que ambientado en el lejano oeste -. No sólo DiCaprio exuda maldad por todos sus poros, sino que posee un alarmante nivel de sofisticación, lo que lo convierte en un villano memorable - el tipo ha elaborado una contundente teoría (desde su perspectiva, y fundamentada por abundantes pruebas científicas y filosóficas) sobre el por qué los negros están condenados de por vida a ser esclavos de los blancos -; y, por otra parte, el papel de Samuel L. Jackson es deliciosamente repelente; es un negro más esclavista que su propio dueño y, durante la cena, parece un cuervo montado en el hombro de DiCaprio, dándole pies de conversación para que el hacendado se luzca. Por supuesto este dúo siniestro está rodeado de matones y amorales, todos los cuales terminará recibiendo su merecido tarde o temprano, y a manos del vengativo Foxx.
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Mientras que la cena en la hacienda de DiCaprio es de un nivel formidable, por otra parte el filme empieza a presentar los mismos problemas narrativos que Bastardos Sin Gloria a medida que se acerca al final. Esto es: como a Tarantino le gusta voltear las expectativas e ir contra la corriente - sucede lo más impensable en el momento menos esperado -, se manda con un enorme shock... pero, pasado el momento, no sabe cómo terminar de rizar el rizo. En vez de montar un final mas standard - la gran balacera, la consagratoria venganza para el protagonista -, Tarantino se despacha con un rebuscado y estirado final que termina por matar el momentum. ¿Era necesario?. Uno podría decir que Tarantino es un eyaculador precoz, un tipo que se despacha con un climax anticipado en el momento más inadecuado... lo cual sorprende sin dudas, pero degenera en un desesperado intento por seguir manteniendo "firme" el relato cuando lo mejor ya pasó. No era necesario; es un golpe de efecto que sólo arruina la efectividad del final (y le agrega otros innecesarios 30 minutos a la historia).
Aún con todas sus desprolijidades, Django Sin Cadenas tiene sus momentos inspirados y disfrutables. Pero hay problemas de tono y el director es muy indulgente consigo mismo. El corazón de la historia es simplemente brutal, y la visión de la esclavitud es tan salvaje como descarnada; pero, por otro lado, toda esa crudeza contrasta con la liviandad de los pasos de comedia. Yo creo que aquí se precisaba un editor con sangre fría, alguien dispuesto a poner a Tarantino en vereda cortándole buena parte de los adornos y apretando los nudos del relato; como ello no ocurre, lo que tenemos es algo muy dispar, que siempre es disfrutable pero que carece de la precisión y efectividad que todos estábamos esperando de un director del calibre de Tarantino.