A pesar que Quentin Tarantino cumple en este film con sus excentricidades expresivas, cosa habitual en su –corta- filmografía, en el caso de Django sin cadenas esa característica se manifiesta sólo en pequeñas cuotas. La premisa principal de este extraordinario y memorable western en estado puro –o impuro-, es contar una historia ambiciosa, apasionante y a la vez durísima, que se entronca con las más salvajes y deplorables tradiciones del derrotero estadounidense. Aquellas perlitas levemente antojadizas siguen siendo, para qué negarlo, ese sello personal tan suyo que hace a sus películas algo único, pero el resto es narración limpia, cine clásico y moderno, poesía cinematográfica al servicio de objetivos dramáticos precisos. Una trama que se va construyendo a través de escenas y secuencias fría y minuciosamente calculadas, pero fervorosamente manufacturadas.
La improbable amistad entre un cazarrecompensas alemán y un esclavo afroamericano es el inmejorable el hilo conductor del relato, vínculo que aúna conveniencia y venganza, pero a la postre, solidaridad y hermandad. Django sin cadenas es western spaghetti y western americano, es Lo bueno, lo malo y lo feo y El oro de Mackenna, pero fundamental y sustancialmente es un relevamiento estremecedor de las extremas perversiones de la esclavitud imperante. Si bien los toques de humor y parodia no están ausentes, el director de Kill Bill elije retratar la esclavitud en sus costados más humillantes, execrables y sanguinarios. En ese horizonte descarnado, poblado de laceraciones físicas y psíquicas, Django se vuelve una suerte de fascinante Shaft del Viejo Oeste. El cóctel audiovisual es realzado aún más por un elenco soberbio, partiendo de Christoph Waltz, el medido Jamie Foxx, un inusual Leonardo DiCaprio, hasta llegar al descomunal y camaleónico Samuel L. Jackson. E incluyendo disfrutables participaciones entre las que el propio Tarantino se reservó su respectivo y explosivo cameo. La anacrónica y nostálgica banda de sonido se ensambla de manera extraña y genial con la estética general de un cineasta al que se lo puede examinar de manera puntillosa o ampulosa, insertándolo en una ensalada –que él mismo propicia- de títulos y géneros. Pero más allá de cualquier análisis, Django sin cadenas es simple, lisa y llanamente, una gran película.