El niño Quentin nuevamente nos invita a jugar
Django unchained está lejos de lo mejor de Tarantino. En lo personal la ubico un escalón por debajo de Bastardos sin gloria, su film anterior. Habiendo dicho esto, igualmente, debo aclarar que un Quentin a media máquina sigue estando por encima de la mayoría de los realizadores actuales. Es un cineasta que sigue jugando con los géneros y las convenciones del cine. Que sigue arriesgando y filmando lo que quiere. Y que ofrece esos momentos únicos que nos hacen recordar lo genial que puede ser el cine.
Que Tarantino es un fanático de los spaghetti westerns ya lo sabíamos. Su admiración por la obra de Sergio Leone y afines fue explicitada por él públicamente y luego fue plasmada en sus filmes, aplicando elementos de este sub género en Kill Bill y Bastardos sin gloria. Ahora, finalmente, Quentin se despachó con este pseudo homenaje a los spaghetti western (la conexión realmente sólo está dada por el nombre del film). En realidad lo que Quentin entrega es un western fiel a su estilo: libre en su interpretación de la historia, políticamente incorrecto, exageradamente sangriento, con grandes actuaciones, momentos brillantes y lleno de excesos y caprichos.
Tarantino utiliza una vez más al genial Christoph Waltz, dándole un rol más protagónico y querible que en Bastardos... El Dr. Schultz es un caza recompensas que en pos de capturar a los hermanos Brittle, unos forajidos buscados por la ley, se vale de Django, un esclavo que los conoce físicamente, para encontrarlos. A partir de allí se formara la típica pareja despareja, un cliché del cual Tarantino se vale pero que explota en formas originales. Django, por su lado, tiene su propia agenda: reencontrarse con su esposa, una esclava de la cual fue separado tiempo atrás. Hasta ahí, los motores iniciales de la historia. El resto no lo pienso contar.
El placer de las películas de Tarantino no está tanto en lo que cuenta sino en cómo lo hace. Una vez más, los diálogos son fundamentales (aunque no brillan tanto como en Bastardos). Y también las actuaciones. Además del gran Waltz se destaca Leonardo DiCaprio, con su detestable Calvin Candie, un terrateniente que compra esclavos para ganar dinero en las peleas de mandingos. Es una creación que vuelve a demostrar que DiCaprio es un actor cada vez más completo. En medio de estos poderosos personajes Foxx entrega un Django en un registro menor, tal vez demasiado por momentos. Aunque al tratarse de un esclavo oprimido desde su nacimiento el tono apocado tiene razón de ser. Por último, hay que destacar la presencia de Samuel Jackson en el tramo final del filme. Su Stephen, un esclavo racista que actúa como una especie de mayordomo y asesor personal de Candie, es el personaje más revulsivo y polémico de la película.
Los cameos y apariciones están a la orden del día (el propio QT se reserva un pequeño rol que sólo sirve como innecesaria distracción). Y es justo mencionar a Don Johnson como el pintoresco Big Daddy, un típico sureño adinerado que acumula esclavas como si fuera un harén.
En mi opinión el film flaquea en su parte final, extendiéndose más de la cuenta (dura 165 minutos) y perdiendo el pulso narrativo. Pero como dije, un Tarantino con fallas es mejor que la mayoría. Y nos sigue regalando momentos cinematográficos incomparables. Se trata de un director al que apelativos como transgresor, provocador y polémico no le caben como simples lugares comunes, sino como explicaciones cabales de su arte. A seguir disfrutándolo.