¿No es lindo volver a ver a Don Stroud, siquiera por 2 minutos? Para nosotros dicha inclusión es suficiente como para agarrarle la mano (negra) a Django y subirnos a su cabalgata de tres horas en las cuales -si nos ponemos en giles- podrían estar de más algunos clips. Pero en verdad no nos molestaron. Tenemos entendido que en aquél lugar del tiempo, el espacio era extenso. Y para ir de una finca a la otra -dejando esclavistas destrozados en el camino- podías tardar meses. Consideramos que la mejor manera de transcurrir esos trayectos interminables es junto a tu mejor amigo alemán, mientras la música de Luis Bacalov (es ARGENTINO, carajo) brota fuerte y clara desde las cumbres y los campos de algodón.
Porque a Django lo liberan de sus grilletes y empieza a gestar una venganza que necesita casi 3 horas de cocción. En el camino adquirirá algunos conocimientos diplomáticos por obra y gracia del Dr. Schultz, interpretado por Christoph Waltz. Lo relacionado al buen gusto no lo aprende de ningún lado: Lo lleva consigo a cada paso, incluso cuando luce un trajecito eduardiano color azul. Y a fuerza de látigo y rifle iremos disfrutando una suerte de shocks justicieros que -créanme- resultarán brillantes pero menores ante el show final, que puede esconder doble recompensa si ejecutamos los movimientos con precisión.
Creemos que las críticas duras contra este ejercicio (aquéllas que no perdonan divertirse con el pasado) quedan zanjadas con 2 (dos) flashbacks en los que podemos observar lo que realmente sucedía, aquéllo que los libros ya han aclarado, aquéllo que Steven Spielberg anticipó en Amistad con lujo de detalles. Torsos femeninos destrozados a latigazos. Gritos de dolor. Negros encadenados llorando, pidiendo un atisbo de clemencia que no recibirán jamás. Estas escenas -amén de resultar estupendas en composición y ejecución- duelen tanto, pesan tanto, que lo único que queremos es que Tarantino abandone el flashback justificativo y retome la locura imposible de llevar a buen puerto las intenciones violentas de su súper negro justiciero.
Si entrás a la sala con ganas de justificar tu conocimiento y decir que Django es un insulto al western, ó concurrís buscando un melodrama con final anunciado, entonces te equivocaste de film y estás pidiéndole peras al olmo (ó certezas históricas y de género a Tarantino, que en este caso es exactamente lo mismo).
En cambio, si vas con ganas de disfrutar de una mezcla de elementos (llevada adelante por un cineasta adicto a chupar escenas maravillosas de cines ya idos) que desemboca en la aventura definitiva sobre todas las que no pudieron ser (en tanto negros matando blancos), entonces Django Sin Cadenas te va a volar el gorro y vas a querer que el metraje dure hasta las 10 de la mañana del otro día.
Deseamos con violencia que Tarantino continúe metiéndose con los puntos más oscuros de la historia universal a través de su selección personal de préstamos cinematográficos. Ojalá siga eligiendo los momentos más perros de la historia para llenarlos de brillo y color, de finales tan felices como improbables. Queremos más damas incendiando cines repletos de nazis. Queremos más negros hermosos destrozando a latigazos (y en cámara lenta) a sus antiguos dueños.
Yo quiero agitar mi corazón con esta clase de revisiones históricas disparatadas. Para siempre.