La esclavitud en clave de western
La nueva película de Quentin Tarantino vuelve a poner al director en el eje de la polémica con fanáticos y detractores por igual. Humor y elementos de fábrica que no estorban la profunda reflexión sobre la dominación.
Es un hecho que cada nueva obra de Quentin Tarantino es aprobada casi sin cuestionamientos por millones de fanáticos, también que mucha gente lo ama por alguna de sus películas pero tiene serias dudas con el resto de su filmografía y son muchos los que aborrecen su cine, lleno de citas, refundaciones y una desaforada cinefilia. Lo que es seguro es que casi ningún espectador permanece indiferente ante una nueva película del director estadounidense.
Tomado apenas en serio durante muchos años, ninguneado por el prestigio, tachado de superficial, ratón de videoteca o buen entretenedor, Tarantino supo sacar provecho de las críticas y ganar popularidad a base de buen cine.
Con Django sin cadenas vuelve a demostrarlo, qué duda cabe. Sin traicionarse, convencido del camino trazado desde siempre, Tarantino vuelve a una película de época, al cine de género y a hurgar en la historia para hacerla más justa.
Django (Jamie Foxx) es negro, es esclavo, fue marcado a fuego en la cara cuando intentó huir de una plantación, fue torturado y separado de su esposa Broomhilda (Kerry Washington). Su suerte parece estar echada hasta que lo encuentra el doctor Schultz (Christoph Waltz), alemán de origen, dentista de profesión y cazador de recompensas por vocación. El cruce entre estos dos particulares personajes nace como unión comercial, se convierte rápidamente en una amistad asentada en el respeto mutuo y finalmente desemboca en la más estremecedora venganza contra las salvajes injusticias del salvaje y a la vez refinado sur esclavista de los Estados Unidos, representado por Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), dueño y señor de la plantación de algodón Candie Land, que tiene a Stephen (extraordinario Samuel L. Jackson), negro y tan esclavista como su amo.
Django sin cadenas entonces está asentada en el spaghetti western –incluye la breve aparición de Franco Nero, protagonista de Django, el mítico film de Sergio Corbucci–, pero en el camino que van recorriendo los protagonistas hacia el corazón del mal, la película va tomando elementos y fortaleciéndose con una indestructible historia de amor, una amistad que ignora los prejuicios y una sed de justicia que sortea cualquier período oscuro de la historia.
Por supuesto, cada escena, cada fotograma tiene la impronta de Tarantino, con una puesta que incluye los famosos zoom del spaguetti, las legendarias trompetas del género, el humor sobre situaciones muy poco risibles –la escena de los integrantes del Ku Klux Klan y sus toscas capuchas es un buen ejemplo–, la inclusión de figuras semi olvidadas como Don Johnson y la violencia desatada. Una serie de elementos de fábrica que no estorban la profunda reflexión sobre la dominación, la barbarie y el racismo.