Es notable como cambiaron los tiempos.
En 1972 La leyenda del Negro Charlie, memorable blaxploitation western con el maestro Fred Williamson, resultó una de las grandes sorpresas taquilleras de ese año. El público, especialmente gran parte de la comunidad negra norteamericana, amó la película, que fue aniquilada por la prensa debido a la violencia y el lenguaje vulgar.
Esos mismos críticos, como es el caso de Rogert Ebert, son los que hoy alaban este nuevo refrito mediocre de Quentin Tarantino.
¿Django sin cadenas es acaso una obra más profunda y relevante que la trilogía del negro Charlie?
Ni a palos, pero como la dirige Tarantino parece que es material de Oscar.
Que esta producción esté nominada en la categoría de Mejor Película y Mejor Guión Original (especialmente) es una falta de respeto al género western y habla de la decadencia absoluta en la que se encuentra este premio y la carrera del director.
Django sin cadenas es un ejemplo de masturbación cinematográfica en la que un realizador que fue consumido por su propio ego nos tortura nuevamente durante casi tres horas con sus estúpidos diálogos intrascendentes, que intentan emular una vez más el arte de Elmore
Leonard.
El film es un híbrido entre los spaghetti westerns y los blaxploitation westerns de los años ´70.
La película comienza recreando los créditos iniciales de Django, el clásico de Sergio Corbucci que contribuyó a reinventar las historias de cowboys en 1966.
Ahí se termina la referencia al legendario pistolero que en su época de gloria inspiró cerca de 100 secuelas clandestinas, entre en las que se destacaron Django, el bastardo, con Anthony Steffen y Viva Django con Terence Hill.
Por cierto, mejores representantes de los spaguetti westerns que este bodrio de Tarantino.
El primer cuarto de la película dentro de todo es bastante decente.
El film evoca la misma estética de fotografía que solían usar los realizadores italianos y la banda de sonido recopila ese tipo de canciones que uno podía escuchar en una historia de cowboys de Lucio Fulci, como Los cuatro del Apocalipsis.
Hacia la mitad de la trama, a partir del momento en que se despide Franco Nero en un simpático cameo, la película derrapa por completo y se convierte en un tedio absoluto.
El gran problema de este estreno es que carece por completo de un argumento y en el cine uno tiene la sensación de estar frente a un trailer extendido.
Django sin cadena refleja una enorme inmadurez de Tarantino que no puede construir un cuento sólido sin copiar de manera burda lo que otros artistas hicieron 40 años atrás.
Se mete con el tema de la esclavitud pero lo trabaja como si el guión hubiera sido escrito por Homero Simpson, sin saber que hacer con esta cuestión.
Lo peor es el patético enfoque que le dio a las secuencias de acción.
Los tiroteos ultra sangrientos sin sentido parecen una parodia a La pandilla salvaje, de Sam Peckinpah y Cabalgata infernal, de Walter Hill, con la particularidad que no son graciosos de ver y arruinan la tensión que podrían haber tenido esos enfrentamientos.
Dejemos de lado que algunos de esos momentos fueron musicalizados con temas de hiphop y que ya había filmado una historia de venganza en Kill Bill.
El problema de Django sin cadenas es que satura por su alto grado de estupidez y recursos trillados que ya terminaron por cansar en la obra de este sujeto. Tarantino no sorprende
más.
Sí, filma lindo. Sabe elegir actores y tiene buen gusto para la fotografía, pero sus cuentos son siempre lo mismo.
Si sos fanático de Tarantino y esto te parece una maravilla está bien, pero no me la vendan como un tributo del spaghetti western porque es impresentable.
Compará este film con las historias de pistoleros de Fred Williamson más oscuras y verdaderamente irreverentes como El alma del Negro Charlie (1972) y Boss Nigger (1975) y esta producción realmente no existe.
No hablemos ya de clásicos irrepetibles como El gran silencio, de Sergio Corbucci, con Klaus Kinski que tenía más meritos para competir por el Oscar y la Academia de Hollywood la ignoró por completo.
Los laureles y elogios desmesurados de este estreno se los dejo a los militantes de La Cámpora Tarantinesca de la prensa, que hasta el estreno de Kill Bill, creían que Sonny Chiba era un modelo de televisor plasma.
Como fan de los spaghetti western esto me pareció cualquier cosa y no me terminó de convencer.
Django resultó demasiado grande para Tarantino.