En el fondo, una historia de amor.
Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) armó bastante revuelo. No solo por la sobreutilización de la palabra "Nigger" (coherente, si vamos al caso, por los tiempos en los que está ubicada la película, apenas dos años antes de la Guerra Civil estadounidense) sino porque, para muchos, Quentin Tarantino cayó en un ciclo de auto-plagio que aburre. Si quieren leer una opinión distinta a esta (que será mayormente positiva), pueden darse una vuelta por la nota que Alf Noriega escribió para nuestro sitio.
A tren de ser sinceros, Tarantino vivió del plagio, y nunca tuvo problemas de contarlo. Desde Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), que es prácticamente clonada a la hongkongesa Lung fu fong wan (también conocida como City On Fire, de 1987), pasando por la saga Kill Bill (2003-2004), que es un permanente copy-paste de clásicos de las artes marciales hasta Bastardos Sin Gloria (Inglorious Basterds, 2009) que si bien no es una remake, tomó el nombre de otra película (originalmente llamada Quel maledetto treno blindato, de 1978) y las temáticas son inquietantemente parecidas.
Con esto quiero decir que el hecho de la repetición nunca fue un problema al ver una película de Tarantino. Tal vez, lo que ahora moleste, es que de alguna forma el director tomó una forma narrativa que ya utilizó, más específicamente en Kill Bill. Es decir. Todo comienza cuando el Dr. King Schultz (un enorme Christoph Waltz) encuentra a Django (Jamie Foxx), un esclavo, mientras era trasladado junto a otras víctimas de la trata. Django conoce a los hermanos Brittle, y Schultz necesita encontrarlos para cumplir su misión: aniquilarlos. Es que, si, el Dr. Schultz solía ser dentista, pero ahora tiene un pasar financiero bastante superior trabajando como cazarecompensas. Así, Schultz "compra" a Django (en una escena que no tiene desperdicio) y no solo lo utiliza para reconocer a los Brittle, sino que también comienza a entrenarlo en los oficios del cazarecompensas y hasta se hace amigo de él, algo impensado entre un negro y un alemán en 1858.
Pero Django tiene otra misión. Se trata de Broomhilda Von Shaft (Kerry Washington), su esposa, que está atrapada en terrible Candyland, la plantación de algodón de Calvin Candle (Leonardo DiCaprio, en la actuación de su vida). Él moverá cielo y tierra para encontrarla y recuperarla, e inesperadamente, Schultz se ofrecerá a ayudarlo.
Así, la película se divide en dos arcos. El primero, con la caza de las presas de Schultz y el entrenamiento de Django, y el segundo, desde el preciso instante en que conocen a Calvin Candle. Si bien el cambio de climas es brusco, es entendible: toda la película es brusca. No tiene fitro ni busca ser políticamente correcta. La humillación de los esclavos, la violencia y hasta la sátira política (presten muchísima atención a la gran escena que protagonizan Don Johnson y Jonah Hill, encabezando a un grupo de primitivos Ku Klux Klan) tienen su lugar, y Tarantino no se anda con sutilezas.
¿Es Django Sin Cadenas superior a, por ejemplo, Bastardos Sin Gloria? No, objetivamente. Pero esta película tiene su fin, que no solo es rendirle homenaje a los Spaghetti Western (desde el nombre, recordemos que Django es un personaje clásico de Franco Nero, que también tiene su cameo en la película) sino también contar la historia del -probablemente- primer esclavo liberto, sino también de lo que busca desde su libertad, que no es el placer ni el simple hecho de no tener amos. Es buscar a su amada y arriesgar su vida en el intento, como en la leyenda de Brunilda y Sigfrido de la ópera Sigfrido, la tercera parte de Los Anillos del Nibelungo, del (oh casualidad) siempre cuestionado Richard Wagner.
@JuanCampos85