Anexo de la crítica
-Fiel a su desenfreno, el autodidacta estadounidense apela al exceso como parte de un discurso cinematográfico propio ya ensayado desde Kill Bill hasta la fecha pero no hace de ese atributo particular y pintoresco la esencia de su obra cinematográfica sino un complemento para vestirla con otros ropajes, que para la industria funcionan como modas pero que en realidad en Tarantino operan en el orden meta discursivo que rompe moldes o convenciones.
Es como si existiese una norma que dictara el número de balas que deben dispararse en un western. Si la regla dice 100, el astuto Quentin muestra 1000 y lo mismo se traduce en los guiones con personajes en apariencia planos o toscos que de golpe filosofan o mantienen largas conversaciones banales pero de una belleza poco frecuente.
Conceptualmente no hay fisuras en el planteo de este film, recargado por toda la batería de recursos cinematográficos como por ejemplo el uso del ralenti de la imagen en los momentos de violencia gráfica o de una banda sonora ecléctica y muy climática para cada secuencia que mezcla acordes de los spaguettis western con canciones reconocibles.