Los Anillos de Tarantino
Ningún argumento de alguna película de Quentin Tarantino tiene algo de original. Siempre fue así. De hecho, Tarantino es el mayor ladrón que existe en la industria y él es el primero en confesarlo. Todas las películas de Tarantino se nutren de miles de influencias desde su estructura narrativa, hasta los nombres de los personajes. Este collage de citas e intertextualidad es lo que más enoja a algunos y resulta lo más aplaudido por otros, en este caso los cinéfilos enfermos como él, fanáticos del mismo tipo de cine que él. Aquellos que dicen que Tarantino les vuela la cabeza y ha reinventado el cine, realmente ignoran de que se trata lo que el realizador quiere generar en cada nueva obra que encara. Así mismo es errado pensar que porque en todas sus películas abundan referencias a géneros malditos o clase B, de explotación, setentista y otras bizarreadas, el trasfondo de la obra tarantinesca carece de sustancia. Nada que ver. Tarantino es hijo de todo el cine en general. Queda demostrado que su influencia puede venir de Truffaut para el argumento de Kill Bill (inspirado en La Novia Vestía de Negro) o como es el caso de Django Sin Cadenas, de Fritz Lang, más precisamente Los Niebelungos, y su obra estadounidense.
¿Qué tiene que ver el clásico poema anónimo medieval alemán sobre las aventuras de un caballero tratando de recuperar un tesoro de unos enanos que viven en cuevas, con la historia de un esclavo liberado por un dentista cazarecompensas, que pretende recuperar a su esposa también esclava de un terrateniente sureño? Todo. Y no es algo arbitrario. El personaje de King Schultz – interpretado por Christoph Waltz, el alma de la película y sin duda el personaje más sensible y humano que haya creado Tarantino en toda su filmografía, junto con propio Django – le cuenta al protagonista el origen del nombre de su esposa, Broohmilda, y cuál es el sacrificio que emprende el príncipe Siegfried en la leyenda. Claro, más que nada hay simetrías y no precisamente una analogía literal con la historia, pero si nos ponemos a dividir y comparar las diversas capas de la historia podemos encontrar que el director quiso construir una epopeya romántica disfrazada de western spaghetti. Sería muy fácil decir, que Leone o Corbucci o Anthony Mann son los principales referentes visuales del film, pero en su estructura narrativa, Tarantino prefiere ser menos episódico – aunque hay dos mitades bien diferenciadas – que en otras obras, no aspira por un relato coral, sino que se ata de principio a fin con sus protagonistas y los lleva por diferentes circuitos – o anillos – hasta llegar al centro mismo de la tierra, la guarida de los “Niebelungos”, que es Candyland, en este caso, la plantación y mansión de Calvin Candie – desorbitado y caricaturesco Leonardo Di Caprio. Después de Candyland, el film empieza a cerrar una estructura casi circular, lo que confirma que el director pensó la película en forma menos lineal de lo que aparenta ser.
Con esto no me refiero a linealidad temporal – y de hecho es la película con menos flashbacks de Tarantino – sino a pensarla en forma circula basándose a situaciones que se vuelven a repetir en la vida del protagonista.
Aún así y como analizábamos con la colega Laura Dariomerlo, la película tiene dos mitades que difieren en ritmo, tono pero funcionan a la vez como espejo. La primera mitad de la película que admite la liberación de Django y sus primeras aventuras como cazarecompensas se trata de una comedia, un buddy movie incluso, donde dos amigos cruzan el estado cobrándose la vida de criminales, profundizando una relación amistosa (una relación de verdad, no de camaradas, sino de verdadero sentimiento) que tiene su espejo en la relación entre Calvin y su sirviente Stephen – Samuel L. Jackson, tan caricaturesco como Di Caprio. Mientras que la primera relación se basa en lealtad impuesta por buenas actuaciones retribuidas, la segunda es una relación forzada, mientras que las actuaciones del lado de Foxx y Waltz son honestas, casi naturales – extraño en un film del director también – la segunda es completamente artificial, basada en sobreactuaciones demasiado maquillados los personajes. ¿Y acaso este contraste es azaroso? No, en Tarantino ni un solo encuadre depende del azar. Él quiere marcar esa contrafuerza visual y funciona.
Por otro lado, otra diferencia entre la primera y la segunda parte es el ritmo. La primera hora y media es dinámica, divertida, llena de humor – con una memorable secuencia donde el director se burla del Ku Klux Klan – acción y tiros. Pero la segunda, cuando aparece el personaje de Calvin, y especialmente Stephen depuran un poco el relato. Se vuelve más intelectual y dialogado. Muchos han acusado a Tarantino de racista, pero lo cierto es que sucede todo lo contrario. Tarantino retrata la esclavitud en forma salvaje y sanguinaria, denotando no solo las consecuencias físicas, sino también sociológicas y psicológicas. ¿Es casual acaso que el único personaje “blanco” benévolo sea justamente un alemán? Prestar atención a este detalle. No hay un solo personaje blanco que se salva de ser estúpido, brutal, sanguinario e hipócrita.
Siempre se ha tildado a Tarantino como un director poco sentimental, pintoresco, demasiado enamorado de sí mismo y sus personajes, pero poco sensible a las emociones de los personajes. En Django, Tarantino adopta un carácter romántico que empezó a aflorar con “la novia” de Kill Bill, siguió con Shossana en Bastardos sin Gloria y realmente se vuelve el núcleo dramático de Django. Parece que al ir envejeciendo, se nos va poniendo un poco más emotivo. Pero todo se justifica desde la narración, la estética y la elección genérica.
Como siempre, se puede encontrar tantas citas hasta el cansancio en el cine de Tarantino. Ni Spielberg se salva esta vez (Calvin en un momento narra una escena de El Color Púrpura). Visualmente es prodigioso el trabajo de Robert Richardson plagiando la imagen lavada de millones de westerns de los 60 específicamente, tanto italianos como estadounidenses. Los pocos flashbacks remiten a la estética grindhouse incluso. Hay enormes libertades temporales que no sacan de contexto y le aportan mayor humor a una película que resulta menos cómica de lo esperado.
Pretenciosa y ambiciosa, Django Sin Cadenas, tiene a un Tarantino desenfrenado sediento de violencia, sangriento, casi gore. Aún cuando no construye demasiadas escenas independientemente memorables – como logró en Kill Bill o Bastardos – consigue una película con mayor consistencia en sentido unitario, un relato un poco más clásico, pero con algunas puestas de cámara rebeldes, provocativas para un director estadounidense. La ecléctica banda sonora es realmente magnífica y mantienen la atención en forma constante. El elenco depara enormes sorpresas de actores invitados como un maravilloso Don Johnson o eternos segundones en roles destacados como Walter Googgins y James Remar, además de varios cameos divertidos (y explosivos).
Difícil de clasificar, Tarantino consigue una nueva obra que confirma su talento, influencia general de todo el arte y potencia como autor. Superior en muchos sentidos a Bastardos sin Gloria, A Prueba de Muerte y Kill Bill; aún con sus excesos, caprichos, ambiciones y pretensiones, Django Sin Cadenas es una película completa, hermosa a nivel visual y con mucho más para analizar – especialmente sobre el punto de vista histórico – de lo que se ve a primera vista. Más allá de las referencias y el pastiche, hay detalles que van a saltar mejor en una segunda visión.
Al igual que los mejores westerns spaguettis, Django está destinada a ser un clásico de culto, apreciado por generaciones venideras. En ese caso, el objetivo de esta aventura se habrá cumplido y Tarantino podrá decir que venció al dragón y se alzó con su anillo.