Tarantino, aunque sin innovar y alargando demasiado, entrega una narración decente.
Quentin Tarantino es uno de esos realizadores que el espectador reconoce inmediatamente. Y me quiero detener en esa palabra, “espectador”, ya que si bien todos los cineastas que se consideran tales lo fueron y/o lo son, Tarantino llevó ese título aún más lejos y lo utilizo como su formación para convertirse en un cineasta que divide aguas; o lo odian por “copiar” películas o lo aman por sus narrativas fragmentadas y sus peculiares personajes.
Del mismo modo que Bastardos sin Gloria tomo su inspiración de una película italiana de Enzo Castellari, Tarantino recurre a otro título de la vieja patria, pero uno un poco más conocido para los que tenemos edad, Django. Ese personaje traído a la vida por el director italiano Sergio Corbucci, y que desde su estreno en 1966, ha inspirado una larga serie de películas, la mayoría no canónicas, cuya iteración más conocida es la de ese primer film que tiene como protagonista a Franco Nero.
En esta versión, según el universo de Quentin Tarantino, aunque el protagonista no arrastra un ataúd, y de común solo tenga el nombre, es todo el Spaghetti Western que esa película era; aunque pone a prueba nuestra paciencia en la extensión del metraje.
¿Cómo está en el papel?
Es 1858, dos años antes de la Guerra Civil. King Schultz, un dentista que ejerce como caza recompensas, consigue la libertad de Django, un esclavo negro que puede identificar a tres bandidos que Schultz está buscando. Pero Django también tiene su propia agenda ya que quiere rescatar a su esposa, Broomhilda, de un tratante de esclavos.
Con esto sobre la mesa, vamos al desarrollo de la película. La primera mitad de la peli esta buenísima, vemos a Django y a Schultz en pleno desarrollo de su profesión; con los tiroteos a rolete que esto implica y los diálogos cool que uno espera de una película de Tarantino; todos casi siempre saliendo de la boca de Schultz.
Pero llegada la mitad de la película, donde caen en la estancia de Calvin Candie, el esclavista que tiene a la esposa del protagonista, el film cae en una prolongada meseta con diálogos que no suman y no impactan. Aunque esta prolongación tiene su excusa para aumentar la tensión que desencadena las emociones que llevan al protagonista al desenlace, creo que un recorte no hubiera estado de más.
Todo esto remata en un explosivo tercer acto donde el protagonista eventualmente consuma su venganza de una manera mas que rimbombante; no se preocupe, espectador, no le estoy arruinando nada; esta peli no tiene las sorpresas del desenlace de Bastardos Sin Gloria.
¿Cómo está en la pantalla?
La mejor manera de definir el estilo visual de esta película sería una combinación de la escenografía de Lo que el Viento se Llevó con la fotografía de El Bueno, el Malo y el Feo. Hay un extenso uso del zoom y muchas sobre-exposiciones en la fotografía como si la peli hubiera sido filmada en los ‘70. Cabe destacar que las escenas violentas son excesivamente gráficas, incluso para un film de Tarantino; la sangre vuela como tempera reminiscente a La Pandilla Salvaje de Peckinpah.
Párrafo aparte merece la música, en la que no falta Ennio Morricone para que el homenaje al Spaghetti Western sea total. También hace presencia la partitura de Luis Bacalov para el Django original del cual se inspira Tarantino.
Por el lado de las actuaciones, tenemos una sobria interpretación de Jamie Foxx, a la altura del desafío. Leonardo DiCaprio otorga, con los excesos justos y necesarios, una caricaturesca interpretación del arquetípico patriarca sureño con aires de grandeza europea sin llegar a la parodia; cosa que si hace el personaje de Don Johnson. Pero señoras y señores, no cometan errores, la gran actuación de este título es incuestionablemente la de Christoph Waltz. Él se roba la película cada vez que aparece; la caballerosidad que extiende su personaje da gusto verla y oírla; a tal punto que el espectador ve una versión “buena” de Hans Landa, el anterior personaje que el austriaco compuso para Tarantino. Pero afortunadamente, le sabe sumar una comicidad al papel que lo hace diferente pero no menos carismático.
Conclusión:
Aunque con varios minutos de mas y una segunda mitad medio densa, Tarantino entrega un trabajo que condice con su reputación. No es ni por lejos el mejor trabajo de su filmografía, aunque sus personajes son el mejor motivo que podría tener el espectador para pagar boleto.