Perro que ladra no muerde
Lo peor que le puede pasar a la versión cinematográfica de una obra de teatro es no poder desprenderse del formato original. Eso es lo que sucede con Dóberman (2019), película escrita y dirigida por Azul Lombardía con Maruja Bustamante y Mónica Raiola, que se reposa en la palabra y la interpretación de las actrices. Igual que en el teatro.
Dos mujeres se encuentran una desierta tarde de verano. Una llega a casa de la otra con un reclamo superficial como excusa. Después de una larga charla banal las cosas adquieren otro matiz y la violencia emerge entre recriminaciones propias de envidias, celos y prejuicios. El dóberman del título es el perro que viaja en auto con Claudio –personaje ausente en la pantalla pero presente en todas las conversaciones- cuyo acercamiento a la casa acrecienta la tensión de la charla.
Azul Lombardía se limita a introducir en el relato alguna toma en exteriores que describe los caminos hacia la casa para luego, dentro de ella, focalizarse en el universo femenino que le interesa resaltar. Pero no hay una puesta cinematográfica que enriquezca con elementos o fomente la olla a presión que la conversación entre las mujeres está por producir. Todo lo contrario, la propuesta del film se recuesta en las protagonistas, ellas son la película. Lombardía se limita a seguirlas con la cámara de un lado a otro con el fin de romper con la “teatralidad” del plano entero. Pero nada más que eso.
La sensación a la hora de ver Dóberman es la de una excusa fílmica para llevar a la pantalla grande una obra de teatro. En el despliegue físico de sus actores, su interpretación y gestualidad, está lo interesante de esta propuesta que ya estaba en las tablas.