Los productores y productoras de Marvel quieren hacernos creer que la creciente intensidad y acumulación de sus películas son sinónimos de audacia y genialidad. También el hype por directores de renombre dentro del cine de género pretende que celebremos hallazgos autorales cuando apenas pueden distinguirse tímidos rasgos de estilo. Las películas de la factoría han quedado presas de su propia trampa: tienen que ser cada vez más complicadas, intrincadas, “importantes”, llenas de citas y homenajes, de nuevos personajes para que “justifiquen” el precio de la entrada y sigan engordando el MCU con nuevas posibilidades de largometrajes y series. Dicho esto, y por más Sam Raimi que figure en los créditos, para quien esto escribe esta secuela es inferior en casi todos los aspectos a Doctor Strange: Hechicero Supremo, el film original filmado hace casi 6 años por el mucho menos cotizado Scott Derrickson.
Como no podía ser de otra manera, Doctor Strange en el Multiverso de la Locura empieza con el protagonista corriendo, en este caso junto a una adolescente latina (la América Chávez de Xochitl Gomez), mientras luchan contra monstruos. De inmediato, vemos al ex neurocirujano, hechicero y superhéroe Stephen Strange despertarse sobresaltado de lo que parece haber sido una pesadilla. Pero no. Estamos en la era del Multiverso y eso significa que los personajes pueden ir “saltando” de un mundo a otro y hasta encontrarse no solo con reglas y situaciones muy distintas sino incluso con versiones muy diferentes de sí mismos.
En el terreno más mundano Strange no ha podido sostener la relación afectiva con la Christine Palmer de Rachel McAdams (esta película en particular y el MCU en general son una oda al sacrificio) y en la segunda secuencia -luego de anudarse la corbata con mucho estilo- vemos que asiste a la boda de ella. Claro que mientras bebe tragos se escuchan ruidos en la calle y allí aparece otro monstruo gigantesco con forma de pulpo listo para destruir media Nueva York. Otra vez a la lucha junto a América y con la ayuda del fiel Wong (Benedict Wong). Pero, más allá de las criaturas fantásticas, necesitamos una antagonista, que en este caso resulta ser Wanda Maximoff / Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen), escindida entre sus ansias de poder, dominio y control, y el recuerdo angustioso y lleno de amor de sus dos pequeños hijos.
La cosa se sigue enrevesando más y más, pero no vale la pena (ni conviene) adelantar más de lo que ocurre en esos primeros minutos. Más allá de algunas escenas con ciertos hallazgos estéticos en el uso de las CGI (por momentos como si fueran viajes lisérgicos), las “audacias” son más del tipo declarativo (pongamos como viajera multiversal a una joven latina como América criada por dos madres) que verdaderas sorpresas narrativas.
En la función de prensa, muchos asistentes que son más parte del fandome que de una profesión medianamente seria aplaudieron al borde de la ovación cuando entre los Illuminati aparecieron algunos viejos y nuevos superhéroes que regresarán o se sumarán al MCU, pero lo concreto es que la segunda hora termina siendo demasiado mecánica por momentos y en otros agobiante. Para cuando llega el final queda cumplir con otro de los hábitos de esta franquicia: sobrellevar los interminables créditos para apreciar las dos escenas que sirven -como en este caso- para alguna revelación y una broma.