Luces y sombras en el regreso de Sam Raimi.
Como era de prever, a la fase 4 del Universo Cinematográfico de Marvel le está costando hacer pie, económica y artísticamente, tras el fulgurante éxito de una retahíla de filmes que lograron su punto cúlmine con Avengers: Endgame (2019). Hasta el momento los títulos dados a conocer son Black Widow, Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, Eternals y Spider-man: Sin camino a casa. Ninguna es una mala película, es cierto, pero tampoco han deslumbrado en su conjunción de personajes ya asentados (Viuda negra, Spidey), personajes nuevos (Shang-Chi, los Eternos) y las historias que los contienen en ese tapiz inconmensurable que han concebido el productor factótum Kevin Feige y asociados. Comercialmente la única que demostró poder de fuego en la taquilla fue la tercera entrega de Spider-man que en la Argentina superó los 4.000.000 de espectadores convirtiéndose en la película de superhéroes más vista en la historia de nuestro país. Un gran logro, aunque en lo personal me resultó insatisfactoria. Y algo similar me vuelve a ocurrir con el estreno de Doctor Strange en el multiverso de la locura que incorpora, quizás un tanto tardíamente, a un director de talento como Sam Raimi cuyo opus previo data de 2013 (Oz: el Poderoso).
El cine basado en cómics parecía una simple moda pero el surgimiento del UCM le estiró la vida al subgénero por lo menos una década más. La gente respondió volcándose masivamente a las salas y convirtiendo a Marvel Studios en un emporio impresionante con una penetración cultural multimediática que no debe subestimarse. 28 largometrajes después -sí, leyeron bien, ¡28!-, empiezan a notarse vestigios de agotamiento en temas, recursos y personajes. Doctor Strange: Hechicero supremo (2016) fue una excelente carta de presentación del ex cirujano estrella Stephen Strange, que subyugó con su arco de transformación que lo llevó de científico arrogante a aprendiz de las artes místicas hasta adquirir el estatus al que alude el título de este filme de Scott Derrickson. La frescura y originalidad expuestas en esa primera aventura se extrañan bastante en esta mucho más mecánica secuela pese a los esfuerzos conjuntos de Sam Raimi y sus actores. Uno de los problemas reside en esa cosmogonía a gran escala que pretenden implementar los ejecutivos de Marvel con cada nueva película, agregando capas y capas un tanto forzosamente. Nunca se había hecho, quizás no vuelva a repetirse jamás, y eso merece respeto y reconocimiento. No obstante, no puede negarse la realidad: más temprano que tarde la calidad empieza a decaer. Demasiadas propuestas de un tenor similar han erosionado esos cimientos tan sólidamente construidos por Kevin Feige y un puñado de escritores y directores entre los que podemos mencionar a Jon Favreau, Joss Whedon o los hermanos Anthony y Joe Russo. Mientras el público no les dé abiertamente la espalda, estas historias continuarán sucediéndose sin solución de continuidad, aunque las ausencias de Iron Man (Robert Downey, Jr.) y Capitán América (Chris Evans) son casi imposibles de paliar. La falta de carisma de los actores y/o personajes de Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos y Eternals auguraba un futuro negro que para ser sincero no fue tal, más o menos disimulado por unas recaudaciones discretas, empero suficientes, considerando lo ignoto que le resultaba el material de estas adaptaciones a la audiencia no especializada.
Se supone que Doctor Strange en el multiverso de la locura sería el título con el que el UCM daría un paso más allá de lo habitual coqueteando con el horror e incursionando en esos mundos paralelos que Spider-man: Sin camino a casa no pudo o no quiso profundizar. Era una elección lógica que Scott Derrickson retome su lugar como director de la secuela -recordemos que es un apasionado del género con antecedentes valiosos como El exorcismo de Emily Rose, Siniestro o Líbranos del mal-, pero diferencias creativas lo alejaron del proyecto que terminó en manos de otro experto como Sam Raimi. El creador de Darkman, el rostro de la venganza cumplía con todos los requisitos para el trabajo: fue el responsable de la mega exitosa trilogía de Spider-man con Tobey Maguire, y también fue el artesano que amorosamente pergeñó esa trifecta de culto que responde al nombre genérico de Evil Dead. De todas las opciones disponibles no cabe duda que el perfil de este superhéroe creado por los legendarios Stan Lee y Steve Ditko en 1963 era por el que más afinidad sentía Raimi. El tono terrorífico aplicado en Doctor Strange en el multiverso de la locura es muy light para quienes consumen ese tipo de filmes y es poco probable que conforme a nadie en ese aspecto. Lo que sí debe decirse es que para ser un producto con el sello Marvel, por lo general amigable, familiar, hay aquí elementos fuera de la norma tanto en su búsqueda de climas tenebrosos como en la irrupción de cierta crudeza inédita. La mano de Raimi se observa en los mejores pasajes de la película, en particular de la mitad hacia adelante. Se hacen presentes sus guiños, humor y hasta bufonadas con el aporte de su actor fetiche Bruce “Ash” Campbell que tiene una breve participación y roba cámara como suele hacerlo cada vez que colabora con su viejo socio. Son destellos aislados que revelan la presencia de un autor, algo que rara vez logra percibirse en una superproducción de esta envergadura.
En mi opinión, el tema de los universos múltiples abre una cantidad interminable de atajos y excusas argumentales para que Feige/Marvel manipulen a conveniencia a su público. Es condescendiente y en el fondo hasta hipócrita como encaran la “sorpresiva” eliminación de algunos personajes a sabiendas de que pueden volver multiverso mediante. Como diría Miguelito, el amigo de Mafalda, en alguna de sus tantas salidas graciosas: “puede ser fácil, pero es anti-deportivo… váyanlo sabiendo”.
En esta obra se observan las virtudes y defectos que los críticos venimos señalando sobre el UCM desde hace años: hay mucho chiste tonto que en lugar de descomprimir la tensión trivializa sin ningún criterio cualquier situación, una nula creación de personajes tridimensionales, un afán desmedido por complacer con el fan service, una trama insustancial fuera de la pirotecnia visual -muy cuidada como de costumbre- y a eso habría que sumarle un dudoso intento por adherirse a las agendas de corrección política y de género. Por ejemplo: la ex de Strange, Christine (Rachel McAdams), se casa con un afroamericano; y la joven América Chávez (Xochitl Gomez), se nos revela como hija de dos lesbianas. Todo esto muy al paso y sin otro objetivo concreto que dar una señal de aceptación nada creíble porque son decisiones que no nacen de la naturaleza del relato o de sus personajes sino como algo plantado ad hoc. Se nota a la legua.
La set piece con la que abre el filme, con ese monstruo que parece estar inspirado en el Dios Cthulhu lovecraftiano, es espectacular y conlleva una rémora: ni siquiera el final logra opacarla. Esto es opinable, desde luego. Sucedió también con Piratas del Caribe: La venganza de Salazar y en algunas entregas de James Bond. Es una particularidad que debería evitarse a toda costa. Lo mejor debe reservarse siempre para el final. O eso pienso yo.
La historia es simple, aunque se enmarañe por la proliferación de mundos paralelos, y está relacionada con la llegada a nuestro universo de la adolescente América Chávez que es perseguida para utilizar su gran poder: es capaz de crear portales interdimensionales y desplazarse voluntariamente adonde lo desee. Como aún no lo domina del todo pide ayuda al Doctor Strange que a su vez invita al grupete a Wanda Maximoff, también conocida como Bruja escarlata, que muy pronto se revela como una feroz antagonista por motivos que no haré mención aquí. Es de una torpeza absoluta el truco de guión con el que se explicita que Wanda tiene otros planes para América Chávez. Un buen guionista hubiese encontrado otra forma de desencadenar el conflicto. No es el caso de Michael Waldron.
Con respecto al elenco, Benedict Cumberbatch vuelve a ser Doctor Strange con la prestancia y el ángel que ya le conocemos. Además, con la ayuda de maquillaje y caracterización, compone a varias versiones de Strange con distintas características de acuerdo al mundo al que pertenezca. El bonachón Benedict Wong cumple sin estridencias su parte como el sidekick Wong, Rachel McAdams no da la sensación de estar muy comprometida y aporta sólo oficio (en su defensa, el papel que le tocó tampoco es gran cosa), y Xochitl Gomez luce espontánea como América Chávez. La actuación más destacada, no obstante, es la de Elizabeth Olsen que aquí juega a villana desatada sin caer en la sobreactuación. Expresiva, conmovedora, aterradora, esta Bruja escarlata 2022 es la gran oportunidad que esperaba una actriz perennemente subestimada.
Con luces y sombras, esta Doctor Strange en el multiverso de la locura representa un regreso digno e imperfecto de Sam Raimi al cine de superhéroes. Distinta suerte ha tenido el compositor Danny Elfman que suscribe aquí su trabajo más excelso en por lo menos dos décadas. El año pasado editó su disco en solitario Big Mess y ahora nos obsequia con este hermoso score. Lo único que falta para hacerla completa es que resucite a Oingo Boingo. Se agradece, Little maestro.