"Doctor Strange en el multiverso de la locura": ¡basta de versos!
Lo que hay en la película dirigida por Sam Raimi no es locura sino arbitrariedades a troche y moche, situaciones hiladas por la idea de que el multiverso es una carta blanca para que pueda pasar cualquier cosa.
Disney tiene chiche nuevo y está dispuesto a usarlo hasta que el último de sus engranajes, el más pequeño de sus tornillos, cruja por el desgaste. No se trata de una flamante atracción en alguno de sus parques de diversiones, así como tampoco de un (otro) estudio o productora comprada a cambio de una torta de dólares. La novedad, la nueva joya incrustada en la corona del Ratón más famoso del mundo, es el concepto de multiverso. Si bien las hipótesis que afirman que existen universos diferentes que avanzan en paralelo al nuestro datan de hace miles de años –Wikipedia ubica las primeras referencias un par de siglos antes de Cristo en la literatura hinduista– y han sido una recurrencia en el universo del cómic, el Universo Cinematográfico Marvel, que opera bajo los mandatos del emporio del Castillo, pareció descubrirlo hace algunas películas. Entre ellas Spider-Man: No Way Home, donde el recurso funcionaba bárbaro. No es el caso de Doctor Strange en el multiverso de la locura, un pastiche de difícil digestión que lo utiliza para un “vale todo” que no puede sino confluir en un relato caótico, más caprichoso que el uso del VAR en el fútbol argentino.
La inclusión de la palabra “locura” en el título invitaba a pensar que la película haría de esa condición uno de sus elementos fundantes. Teniendo en cuenta que las mejores entregas de Marvel fueron aquéllas más anárquicas y alocadas (las primeras Iron Man, Guardianes de la Galaxia, la felizmente kitsch Thor: Ragnarok), no era descabellado imaginar que Doctor Strange… entrara en ese grupo. Pero no. Lo que hay aquí no es locura sino arbitrariedades a troche y moche, situaciones hiladas por la idea de que el multiverso es una carta blanca para que pueda pasar cualquier cosa: la lógica narrativa, la idea de que un mundo ficticio con reglas propias, no está en el horizonte intelectual de unos guionistas más preocupados por incluir guiños, referencias (siempre hacia dentro del mundo Marvel, como si no hubiera nada más allá), cameos, cameos y más cameos. De estos últimos hay varios, entre ellos los de varios personajes que pertenecen a otras franquicias y que, más pronto que tarde, terminarán sumándose a los continuadores del legado de los Avengers.
El recuerdo de las aventuras de Tony Stark, Black Widow y el resto de la troupe original está presente en Stephen Strange (Benedict Cumberbatch), quien despierta una mañana habiendo soñado que debía escapar de alguno de esos malhechores imposibles junto a una jovencita que desconoce. Pero ese mismo día se cruza con esa chica, que se llama América Chávez (¿?), es de origen latino y tiene dos mamás, porque los creadores del MCU son muy inclusives. La cuestión es que ella (Xochitl Gómez) tiene la capacidad de saltar de universo en universo, aunque no sabe bien cómo ni por qué. Junto a Strange, entonces, se embarcarán en un recorrido cuyo camino parece trazado según el caótico ideario de Christopher Nolan en El origen, Interestelar y Tenet. En el trayecto ocurrirá de todo. Un todo que no conviene adelantar por el temita de los tan mentados spoilers.
El recuerdo del multiverso está fresquito, pues fue “la” estrella de Spider-Man: No Way Home. Pero lo que allí operaba como motor humorístico al mismo tiempo que permitía la clausura de una etapa del personaje emblema de la avanzada súperheroica hacia la conquista de la cartelera planetaria, aquí dispara una serie de situaciones serias, cada cual grave más que la anterior, en las que los personajes hablan con una solemnidad directamente proporcional a un despliegue audiovisual avasallante y por momentos agotador. El director es Sam Raimi, alguien habituado a incluir una mirada propia en sus proyectos. Desde ya, eso no ocurre en esta película que tan despersonalizada podría haber sido dirigida por Juan de los Palotes.