A esta altura del partido, con más de 30 películas producidas (y muchas series), cuesta calificar o analizar el valor de cada film en un universo ya tan autorreferencial y cerrado en sí mismo.
La obligación de las películas de Marvel no radica en funcionar por su propio espesor, como tal vez si lo hacían los films germinales: IRON MAN, SPIDER-MAN, THOR, HULK o CAPITÁN AMÉRICA. Ahora parecen maniatados, enjaulados por la necesidad de que todos los héroes se crucen y que se sucedan los habituales momentos de ovación o cameos sorpresivos. Marvel es una montaña rusa (ya lo dijo Scorsese), en donde valen más las emociones que cualquier lógica posible.
¿Esto está mal? Independientemente del notable decrecimiento en la calidad artística de las películas (un bajón muy acentuado en la fase 4 del universo), lo cierto es que, como espectadores casuales, ya difícilmente podamos entrar o conectar con lo que se narra en estas películas. No hay demasiado en juego (la muerte ha dejado de ser un problema para estos personajes), y Marvel comienza a cruzar otro umbral: el de obligar a que el espectador vea una docena de películas y series, para poder entender lo que se cuenta. Definitivamente un problema.
Los fanáticos, sin embargo, podrán seguir disfrutando de un universo que aún tiene larga vida, y que, además, está abriendo el juego a un nuevo terreno, el del vale todo.
El multiverso que abrió la anterior SPIDER-MAN de la mano de Doctor Strange, es una carta blanca que, proyectando a futuro, expande las posibilidades de Marvel hacia un infinito de proyectos y giros dramáticos. Y algo de eso ya se deja ver en esta secuela tardía de DOCTOR STRANGE.
La primera había sido dirigida por Scott Derrickson (SINIESTRO, EL EXORCISMO DE EMILY ROSE), un experimentado en el género de terror, que logró sacar adelante una película atractiva, que nos mostraba el lado más humano de un personaje que luego Marvel se encargará de transformar en caricatura.
Para esta secuela, Derrickson se había bajado del proyecto por diferencias creativas, así que los directivos de Marvel Studios fueron en busca de un viejo conocido: Sam Raimi. Dos caminos que se vuelven a reencontrar tras SPIDER-MAN 3 (2007).
Siempre es bueno ver a Sam Raimi, pero la principal duda radicaba en de qué manera podía hacerse un espacio en una película como esta, con un universo ya tan armado y sus propias reglas. Bueno, el multiverso podía ser la clave.
Dar una sinopsis o descripción vaga de lo que se trata esta DOCTOR STRANGE EN EL MULTIVERSO DE LA LOCURA sería en vano. Ni siquiera creo que importe demasiado a esta altura. Lo cierto es que el film se asemeja a una especie de ensalada, con trozos de posibles películas de terror y momentos genéricos de Marvel. Este multiverso de posibilidades, le da a Sam Raimi una libertad creativa para desplegar sus habituales momentos desatados (como el Strange zombie, los monstruos tentaculares, el libro, una posesión y la presencia de la bruja Scarlet), o recursos técnicos como el zoom y los fundidos encadenados con múltiples texturas.
A esas lindas secuencias made in Raimi, se le alternan otras insípidas que responden a las obligaciones de interconectar todo el universo. Sorpresas y cameos dirigidos mecánicamente, en donde queda absolutamente explicita la distancia entre la personalidad del cineasta, y el canon de Marvel.
La bruja Scarlet/Wanda ha quedado reducida a un villano (aterrador eso sí) con la psicología de un cartón. El personaje se mueve pura y exclusivamente por la cuestión de la maternidad, y no parece haber demasiado allá atrás.
DOCTOR STRANGE EN EL MULTIVERSO DE LA LOCURA es, a pesar de todo, una película desconcertante (asumo) para los seguidores de toda esta franquicia. Ya sea por su tono de terror, o por ese aire bizarro que Raimi intenta imprimirle. Es una película desvergonzada, pero también estrafalaria y caótica. Tómalo o déjalo.
Opinión: Buena.