MULTI-VERSO
Una interesante comparación que he escuchado intenta plantear que es el universo cinematográfico de Marvel (o yendo aún más lejos, los films de superhéroes de los últimos tiempos) se asemeja a consumir fast food. Comida chatarra, esa que no alimenta, que nos da placer su ingesta y que se digiere de manera rápida aunque sepamos que comemos algo no saludable. Sin embargo, es una acción que repetimos cada tanto. ¿Por qué?
Hay varios atractivos involucrados: personajes que vienen del cómic, héroes, heroínas y villanos, la tragedia shakespeariana, la mitología… sí, todo eso está presente, sumado a la publicidad, el marketing y una estrategia impecable de distribución y exhibición. En definitiva, un negocio muy bien armado. Esto es, una progresión de films concatenados que, al empezar a dar frutos económicos, se convirtió en una bola de nieve inmensa e imparable. En el proceso nos quedamos atrapados nosotros, los espectadores, que concurrimos una vez tras otra a ver qué nos depara el próximo episodio de una de estas de Marvel, sumado a las escenas postcréditos, referencias a otros de sus films y personajes, ahora series y próximos proyectos. ¿Para qué?
Es indiscutible que Marvel supo armar una estructura prolífica, y la armó de manera tal que ya hace rato conformaron Marvel Studios. Algo impensado para la vetusta estructura clásica de los estudios de Hollywood, aunque con algunas semejanzas. Veamos. Los multicast. Hoy no hay actor o actriz que en gran parte no desee estar en una de Marvel, como no mucho tiempo atrás era ser dirigido por el hoy cancelado Woody Allen, ¿cuál es el beneficio? Una presencia multipantalla a nivel global, que no es poco.
Ángel Faretta bien definía en su único texto crítico sobre una de Marvel y acertaba en describirla algo así como “el cuento de la buena pipa”. En Doctor Strange en el multiverso de la locura no hay cambio alguno con lo ya visto, por más que esté involucrado un director de la talla de Sam Raimi y a quien por suerte al menos se lo tuvo en cuenta para volver dirigir un gigantesco proyecto antes de ser enviado a un hogar de ancianos, algo que ocurre con Brian De Palma, William Friedkin o John Carpenter; directores a los que se les debería encomendar no menos de un proyecto anual mientras estén vivos y tengan ganas de realizar dicha labor, del estudio o productor que se nos ocurra. ¿Para qué queremos luego homenajearlos si en vida no los financian?
Para no seguir pecando con más negatividad, basta afirmar que escasos ejemplos como Logan, la primera Avengers, Ant-Man o Shang-Chi no estaban mal. Eran productos casi completamente singulares e independientes, eran cine que contaba con una puesta en escena y jugaba con los géneros, sobre todo Logan con el western y su homenaje a Shane o Ant-Man con la comedia. Pero, ¿qué pasa con la secuela de Doctor Strange? La comicidad se presenta en destellos. ¿Cómo la catalogaríamos? ¿Con un género? Si no es más que el “cuento de la buena pipa” que describía Ángel una y otra vez. Esto es, un conflicto, diez millones de vueltas, escenas de espectacularidad incesantes y de repente una solución mágica que soluciona el conflicto en segundos como por ejemplo la escena del reloj que le provee Rachel McAdams a su querido Dr. Stephen Strange.
Por lo menos a Raimi lo dejaron jugar con la pelota por unos minutos de recreo, y si bien sus ideas afloran y son fácilmente identificables, como plantear un personaje que está muerto en vida (o vivo en muerto) con movimientos esqueléticos como el Ash poseído de la saga de Evil Dead y algo que sorprendentemente quizás sea lo único fresco y motivador que ofrece el film, ver a Cumberbatch, quien a su vez es un actor muy cómico, haciendo comedia.