Sepa el lector disculpar las cuatro estrellas; el autor no está seguro de que sea tan buena. El niño que fue y leyó los comics la pasó excelente; el crítico adulto tiene otras cosas que decir. Esta segunda entrega de Dr. Strange, y vigésimovayaunoasaber episodio del Universo Cinematográfico Marvel es todo lo divertido, todo lo excesivo, todo lo cómico y truculento que la combinación comic-Sam Raimi (que dio tres Spiderman, un de ellas excelente, y dio -no lo olviden- Darkman) puede ser. Juega también con un tema que Raimi ya trabajó en dos películas totalmente alejadas (en apariencia) de esta, Un plan simple y The Gift: no solo la responsabilidad que el poder acarrea, sino las consecuencias de su uso. Eso es lo que gira alrededor de Strange, de Wanda y de América Chávez, las dos últimas verdaderas protagonistas del todo. Pero Raimi tiene un problema: la psicodelia del personaje (sea en manos de Steve Ditko o, mucho más barroco y pertinente aquí, de Gene Colan) le permite todo e intenta hacer todo aquello que ama: el horror (es la película Marvel con más terror), el humor disparatado a lo Tres Chiflados (como en la excesiva El ejército de las tinieblas) y el costado camp que el personaje siempre tuvo. Y ese diseño, divertido, lleno de guiños a los fans y sorpresas de cast, disuelve la efectividad del relato en muchos momentos. Sí, es un tremendo espectáculo: la pregunta que queda flotando es “para qué”.