Bienvenidos a la locura del multiverso más que al multiverso de la locura. El juego de palabras sirve para tratar de definir hacia dónde van las películas de Marvel, de la anteúltima Avengers hasta el presente, con saltos entre distintas dimensiones en las que un personaje, llámese Hombre Araña o Doctor Strange, puede tener otras características a las conocidas.
Fue una decisión acertada convocar a Sam Raimi para dirigir la nueva película de Doctor Strange. Pero no porque el realizador haya hecho las tres primeras películas del Hombre Araña, cuando el Universo Cinematográfico de Marvel actual no se había creado.
El clima del filme bordea por momentos el terror, más que nada cuando la Bruja Escarlata emprende sus ataques, y este Doctor Strange tiene más puntos en común con la filmografía del Raimi de Evil Dead o Arrástrame al infierno que con las aventuras más de acción de Peter Parker.
Y no solo porque Raimi le haya dado un pequeño rol a Bruce Campbell, Ash en la saga de Diabólico.
Y tampoco porque el guion sea de su autoría, sino de Michael Waldron, que coescribió los libretos de Loki, la serie de Marvel.
Universo frondoso
Esto del multiverso, con mundos o realidades paralelos en los que un mismo personaje puede tener distintas versiones, pinta frondoso. A diferencia de la última de Spider-Man, Sin camino a casa, en la que convivían en un mismo plano y momento los Peter Parker de Tobey Maguire, Andrew Garfield y Tom Holland, lo que hace Raimi es enfrentar a Strange y a otros personajes con sus propios lados más oscuros.
Por supuesto que esta línea argumental puede seguirse, si así lo desea el espectador, o zambullirse directamente en los recovecos de una trama con tantos universos -creo recordar que un personaje, America Chavez, menciona que son 73-.
La trama, que en un principio sí es lineal, tiene al superhéroe de Marvel, con su mechón de pelo más claro, que vuela erguido con su capa roja, su rodilla derecha levantada y los brazos extendidos hacia atrás, penando por amor. Sí, como Peter Parker. Strange asiste de civil a la boda de la Dra. Christine Palmer (Rachel McAdams) y aquello que se busca de la diversidad se ve en un solo plano: en un paneo por dos filas de la iglesia están apretaditos una musulmana, un afroamericano y un asiático.
Pero si la cabeza de Strange está alborotada, lo que pasa allá afuera en Nueva York es peor. Una suerte de pulpo con un solo ojo (¿alguien dijo Monsters, Inc.) trata de atrapar a una adolescente de rasgos latinos, de nombre America Chavez (Xochitl Gomez) y que tiene dos madres lesbianas, siguiendo con la apertura a la diversidad. Es la misma joven que se le apareció a Strange al comienzo de la proyección.
En resumen, el superhéroe de acento británico y cada vez mejores modales entiende que debe protegerla. Luego sabrá que America puede pasar de un universo a otro sin complicaciones, pero cuando acuda a la ex Avenger Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen), todo en vez de mejorar se desmadrará. A los que no vieron WandaVision, la serie de Marvel, les costará un poquito entender qué pasa -o qué pasó-, pero Wanda vive obsesionada con su existencia alternativa y los hijos que creó.
Y aquello de que madre hay una sola, bueno no, no es cierto.
Así que ya tenemos a entidades demoníacas, a la Bruja Escarlata, a Strange, al Hechicero Supremo (Benedict Wong) y a Mordo (Chiwetel Ejiofor), el conocido enemigo de Strange, más América y Christine. Y muchos efectos, y saltos paralelos. Es brillante la escena en la que Strange y America pasan de una realidad multiversal a otra, sea de pintura o en el que las calles se cruzan con luz roja y no verde, de manera casi infinita.
La película tiene humor, es mucho, pero mucho más corta que las últimas de Marvel -2 horas y 6 minutos, por supuesto con créditos y escenas postcréditos incluidos- y queda la sensación no solo de que habrá más Multiverso, sino que habrá Doctor Strange para rato.