La pantalla bajo el efecto de las drogas
Para hablar de la nueva película de la factoría Marvel/Disney es fundamental hacer un breve repaso por la historia de los cómics estadounidenses: hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1950 aproximadamente, la denominada Edad Dorada de los Cómics llega a su fin cuando decaen la popularidad de los superhéroes y las ventas. Con el fin de la guerra, los superhéroes carecían de enemigos contra quienes batallar –ya que los villanos principales solían ser nazis y japoneses– y el mercado comienza a privilegiar las historias de terror, romance o intriga policial. Por el otro lado, para 1954 la industria del cómic comenzó a autorregularse gracias a la Comics Code Authority (Autoridad del Código de Cómics, en su traducción literal), como respuesta al pánico que había generado la publicación del libro La Seducción de los Inocentes (Seduction of the Innocent) por el doctor Fredric Wertham así como las audiencias en el Congreso sobre las altas tasas de delincuencia juvenil; según este señor, los cómics eran una mala influencia para los niños y jóvenes norteamericanos, por lo que las editoriales comenzaron a publicar historias ridículas que sólo podían ser atractivas… para niños.
La autocensura impuesta sumada a la creciente popularidad de la televisión, llevaron a la industria del cómic estadounidense a una crisis editorial. Sin embargo, en 1956 DC Cómic –la única editorial que publicaba todavía aventuras de superhéroes, o sea, de Batman, Superman y la Mujer Maravilla– condujo un experimento: resucitó a uno de sus superhéroes, Flash, y al funcionar, continuó reviviendo a otros personajes de la década de 1940. Con interés del público renovado en los superhéroes, en la década de 1960 aparece Marvel con una nueva propuesta sobre cómo abordarlos: desde un lugar más humano, con problemáticas sociales, económicas, políticas, raciales, cotidianas, al igual que cualquier lector.
En este contexto surgen numerosos personajes que hoy integran las filas de Los Vengadores o han aterrizado en el cine y la televisión: El Hombre Araña (1962), El Increíble Hulk (1962), Thor (1962), Iron Man (1963), los X-Men (1963), Daredevil (1964), y por supuesto, Dr. Strange (1963). Cada publicación tendrá alguna particularidad, y el caso del doctor más famoso de Marvel no es distinto: Stephen Strange es un neurocirujano de renombre mundial que, tras un accidente automovilístico, pierde la total funcionalidad de sus manos y sale en busca de una cura que le devuelva su capacidad de ejercer la medicina. En su viaje conoce a The Ancient One o “El/La Ancestral”: el uso del neutro en inglés para el nombre de este curioso personaje no es un dato menor, ya que la falta de género le otorga una mayor mística. En el film está encarnada por Tilda Swinton, y será la encargada de expandir la percepción del protagonista para entrenarlo en el conocimiento de las artes místicas.
La década de 1960 inaugura un nuevo tipo de personaje, un nuevo tipo de héroe: la del tipo común con problemas. Sí, Stephen Strange tiene memoria fotográfica y un talento increíble como médico, pero carece de poderes propios. Se convierte en súperhéroe gracias al acceso que ciertos conocimientos le otorgan sobre otros planos de la realidad. Es decir, el ñoño estudioso definitivo.
Desde el lado visual, Steve Ditko y Stan Lee –dibujante y guionista respectivamente– procuraron crear un estilo único y característico para la publicación. Tanto el contexto histórico –recordemos que, en la década de 1960, fumar marihuana y experimentar con LSD eran moneda corriente– como la vinculación con la magia por parte de Dr. Strange, tendrían una vital importancia a la hora de generar un estilo visual. De esta manera, la impronta de la publicación sería de imágenes psicodélicas e increíbles.
Uno de los mayores logros del nuevo film de Marvel es mantener dicha impronta visual, ya que es una característica fundamental la posibilidad de los personajes de acceder a planos alternativos de la realidad o universos de pesadillas e inimaginables. La película claramente ha utilizado la mayor parte de su presupuesto en tener los mejores efectos a su disponibilidad, ya que las realidades a las que debe acceder Strange deben ser –y son– visualmente poderosas. Una escena en particular, visualizada en IMAX, logra marear (bien) al espectador, objetivo que toda imagen caleidoscópica debe conseguir.
Dr. Strange, Hechicero Supremo (Dr. Strange, 2016) es una traducción poco feliz para el nuevo film de Marvel ya que, en otras palabras, es un spoiler caminante. Si no le hacemos caso, la película posee un guion bien estructurado que le da un aire fresco a las nuevas películas de superhéroes. Parte de esto es gracias a Benedict Cumberbatch, quien se calza en la piel del personaje como un traje hecho a medida, y demuestra –una vez más– su inagotable talento actoral, luego de lucirse en series como Sherlock y The Hollow Crown, y films como Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007), El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, 2011) y El código enigma (The Imitation Game 2014). El resto del elenco –Mads Mikkelsen, Chiwetel Ejiofor, Benedict Wong y Rachel McAdams– está a la altura del protagonista, y poseen el tiempo justo y necesario en la pantalla.
El film es una muy buena adaptación del personaje, y una nueva y gran oportunidad para volver a conectarse con el género cinematográfico de superhéroes, luego de un polémico año dónde se destaca casi exclusivamente Deadpool. El hechicero será una gran adición a Los Vengadores: La Guerra del Infinito (Avengers: Infinity War), con estreno en 2018. No queda otra que esperar.