Doctor Strange: los caminos a Katmandú
Marvel se vuelve psicodélico, y el cambio no le sienta nada mal. Teniendo en cuenta la sobredosis de superhéroes de Hollywood, el cirujano convertido en hechicero tibetano Dr. Strange es un personaje distinto que da lugar a una historia con una imaginería visual que se aparta de la de los típicos héroes surgidos del cómic.
Benedict Cumberbatch es Steven Strange, un cirujano experto en problemas imposibles de médula espinal y experimentos neurológicos, pero también un ególatra soberbio. Cuando sufre un terrible accidente automovilístico y no puede operar más, gasta toda su fortuna en sucesivas operaciones que no lo curan del todo, por lo que, frustrado, termina en Katmandú buscando algún tipo de sanación espiritual a la que no le tiene mucha fe. Eso hasta que la implacable sacerdotisa Tilsa Swinton, que se roba cada escena, lo sacude con unos viajes astrales que parecen surgidos de "Estados alterados" de Ken Russell.
El director Scott Derrickson viene del cine de terror, por lo que no encara el film desde la acción sino más bien desde los puntos de vista fantásticos derivados de la trama, logrando imágenes fuertes con duelos mágicos en medio de edificios y calles distorsionadas y paisajes caleidoscópicos. Este aspecto es el fuerte de "Doctor Strange", y su punto débil es el exceso de diálogos y explicaciones esotéricas que, a veces, se pasan un poco de rosca, lo que de todos modos no impide que la película tenga buen ritmo narrativo, sobre todo durante su primera hora.
Más allá de este y algún otro detalle que no la vuelven del todo uniforme, "Doctor Strange" tiene buenos toques de humor dementes en medio de imágenes antológicas, más algunas situaciones notables, como cuando el protagonista hace un viaje fuera de su cuerpo para supervisar su propia operación quirúrgica.