Modelo para armar
Las escenas de acción de Doctor Strange: Hechicero supremo son lo más interesante pero el guión no nos hace interesarnos por los personajes.
La decimocuarta película del Marvel Cinematic Universe nos presenta al Dr. Stephen Strange (Benedict Cumberbatch), un neurocirujano tan genial como soberbio -ecos del Dr. House- que luego de un accidente de auto en el que termina con heridas irreversibles en las manos, queda imposibilitado para operar. En busca de una cura milagrosa, llega a Katmandú, al templo de Kamar-Taj, donde una especie de sacerdotisa (Tilda Swinton) le revela la existencia de otras dimensiones y, en definitiva, lo transforma en el superhéroe Doctor Strange.
Doctor Strange: Hechicero supremo es la típica película “de orígenes” y recuerda un poco en su primera mitad a Batman inicia (Christopher Nolan, 2005). En este caso Ra’s Al Ghul es la Ancient One (que en los comics era un anciano varón, transformado acá en la particular Swinton) y Cumberbatch le da a su personaje una simpatía e ironía mucho mayores que las del solemne Bale de Nolan.
Si intentamos individualizar esta película dentro del enorme caudal del Marvel Cinematic Universe (que incluye también cinco series ya estrenadas), hay que decir que lo supuestamente original viene del lado de los efectos especiales que ilustran el costado lisérgico del universo del Doctor Strange: como si los escenarios fueran una maqueta desarmándose, paredes que se transforman en techos, pisos en paredes, ladrillos que se deshacen y demás. Digo lo de “supuestamente” original, porque hay dos precursores claros: la película El origen (otra vez Nolan, 2010) y los dibujos del artista holandés M. C. Escher.
Más allá de eso, que explota sobre todo en el tramo final y le da al siempre aburrido tercer acto de estas películas un relieve e intensidad algo mayores, se agradece que Doctor Strange tenga una historia sin demasiada conexión con el resto del Universo Marvel. Acá los fans pondrán el grito en el cielo y me retrucarán con la existencia de unos cuantos easter eggs. Está bien, los hay, pero en ese sentido es una película hecha y derecha, mucho más cercana a Ant-Man: El hombre hormiga (Peyton Reed, 2015) o a Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014) que a otras que son casi como un capítulo inseparable de otros como Capitán América: Civil War (Anthony & Joe Russo, 2016).
Lo que sí le falta a Doctor Strange: Hechicero supremo -y más si la comparamos con las recién mencionadas Ant-Man y Guardianes…- es un guión más consistente, que nos haga creer que los personajes son seres humanos -aunque sean sobrehumanos- con sus dramas, deseos y objetivos. Está muy claro esto si vemos el conflicto de Scott Lang (Paul Rudd) con su hijo en Ant-Man, que en definitiva es lo que nos importa más allá de las peleas superheroicas, y tratamos de buscar algo parecido acá, no lo vamos a encontrar: ni siquiera el love interest de Strange, Christine Palmer (una desperdiciadísima Rachel McAdams), tiene algún peso en la historia.
Y aunque no haya una conexión fuerte con el resto del Universo Marvel, sí se mencionan a los Avengers y así se da una pista de para dónde va todo: menos Iron Man y Capitán América (menos mundo “real”) y más Thor y Strange (más “otros mundos”). En lo personal, me interesa menos. Pero la clave está en el guión: el de Strange no ayuda a que la lisergia y el delirio tengan algún anclaje en sentimientos de este mundo.