Magia de la buena y en estado puro
Suena “Interestellar overdrive”, la suite psicodélica sobre la que Pink Floyd construyó su leyenda. En el cameo de rigor, Stan Lee aparece riéndose a los gritos con “Las puertas de la percepción”, de Aldous Huxley, entre las manos. Marvel le dio pantalla a uno de sus superhéroes más fascinantes y complejos apelando al tono narrativo ideal. “Doctor Strange” derrocha magia desde la imaginería visual, de lo mejor que concibió el estudio, pero también desde la construcción de los personajes y el devenir de la historia. Es, a no dudarlo, una de las mejores películas del MCU (Marvel Cinematic Universe).
Stephen Strange es un cirujano tan exitoso como arrogante y egocéntrico. Un accidente lo obliga a replantear su vida y termina en Nepal, descifrando los arcanos más profundos de la mano de Ancestral, a quien Tilda Swinton encarna en otro de sus magníficos juegos de androginia. Strange va adentrándose en los secretos del multiverso mágico junto a Mordor (el oscarizado Chiwetel Ejiofor) y Wong (Benedict Wong, el soberbio Kublai Khan de “Marco Polo”). El villano al que deben enfrentar es Kaecilius, un hechicero renegado que -cómo no- persigue la vida eterna y vive en la piel de otro gran actor: Mads Mikkelsen. El reparto es notable.
Scott Derrickson, cuyo debut en Hollywood fue al frente de “El exorcismo de Emily Rose”, propone un viaje más allá de los límites del tiempo y el espacio. Ese es el derrotero que recorre Strange para encontrarse a sí mismo y, de paso, salvar el mundo. Tan intrincados e irresistibles como los cuadros de Escher, los planos imposibles sobre los que se mueven los protagonistas de “Doctor Strange” representan un derroche de creatividad.
Tan valiosa como esta ingeniería visual es la decisión con la que Benedict Cumberbatch se apropia de Strange para hacerlo creíble y meterlo de lleno en la factoría cinematográfica de Marvel. Es un superhéroe diferente y en esa particularidad radica la atracción que genera. Hay Strange para rato.