El Doctor Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) se calza los guantes para operar y pone un hit disco para hacerle una apuesta a uno de los asistentes. Es “Feels So Good”, de Chuck Mangione; el asistente dice que es de 1978 según Wikipedia y Strange insiste en que el hit es del ´78 pero el tema salió en el ´77, y gana. “¡Qué pavada!”, se queja una asistente; “¿Cómo pavada?”, le responde Strange: “¡Es el primer hit que entra al top 5 interpretado por un flugelhorn!”.
Esta perla de diálogo aparece al principio de Doctor Strange, y no habrá otra igual. Es atípica para un film de Marvel, y el film es atípico en sí. “Feels so good, feels so good”, exclama entusiasmado el doctor, brillante y cínico, capaz de los implantes más inverosímiles, pero a la vuelta del hospital sufre un choque y pierde la movilidad de los dedos, tan hábiles para operar. Y la medicina alopática (y futurista) no le dará la solución; la solución está en un monasterio de Katmandú.
El doctor viaja al monasterio y tiene una trifulca con una misteriosa sacerdotisa (Tilda Swinton, rapada); la mujer le dice que abandone su ego si quiere curarse, que busque en su espíritu. Strange responde con una venenosa carcajada de escéptico, y la sacerdotisa le da una patada de kung fu que lo saca de su cuerpo y lo lleva de viaje astral. Convencido y convertido en alumno capaz de trucos semejantes (lanza fuego con las manos, flota, etcétera), la sacerdotisa y su fiel asistente Mordo (Chiwetel Ejiofor, de 12 años de esclavitud) luego lo convencen para luchar del mismo lado (el de la magia buena) contra Kaecilius (Mads Mikkelsen), un alumno renegado que busca derribar los tres portales (en Londres, Nueva York y Hong Kong) para dominar al mundo y conseguir la eternidad. Así, lo que empezó como Doctor House termina como una mezcla de The Matrix, Star Wars e Inception, con luchas de encapuchados que portan espadas mágicas, abren puertas a otras dimensiones, vuelcan edificios como alfombras y demás fantasías del universo digital. Con todo lo estrambótico, Doctor Strange es un espectáculo visual atractivo con el aporte inusual de tres actores británicos. En cine, Marvel sigue por delante de la alicaída DC.