"Doctor Strange": la apuesta más entretenida de Marvel
Divertida y desquiciada, “Doctor Strange” sorprende de principio a fin.
El ADN de Doctor Strange es el humor. No como superabundancia de chistes que alivian la tensión (Iron Man), o como cancheras líneas de diálogo (Los Vengadores), y menos como parodia de superhéroe (Deadpool). Cada segundo aquí es humorístico en sentido radical, estamos ante una película que se rehúsa a tomarse en serio, que desconoce las cláusulas del género.
Lejos de una provocación gratuita, Doctor Strange se propone ser libre y descarada, quiere alimentarse de la imaginación por vía intravenosa, intuyendo que cualquier pincelada solemne, cualquier subtrama altisonante, cualquier búsqueda de coherencia, desaceleraría este principio irracional.
Por su tono delirante y estructura líquida, el filme podría considerarse un contrapunto de Marvel. Lo recomendable es abandonar prejuicios y entregarse al goce. Ya nadie podrá bajarse de esta road movie lisérgica, la más acabada experiencia sensorial que haya dado el cine mainstream en años.
Descomponiendo toda lógica, Doctor Strange evita darle rigor a los conceptos que maneja, por caso la física cuántica, las artes esotéricas y las filosofías orientales. A estas teorías se las piensa como plastilinas a moldear según la potencialidad del divertimento. Habrá viajes astrales, gente levitando, seres inmortales, manipulación del tiempo y del espacio; podría decirse que Doctor Strange es el reverso de El Origen o Interestelar, esas creaciones de Christopher Nolan falsamente complejas. Doctor Strange es aparatosa sin perder de vista su locura, y allí está el secreto de su persuasión.
La sorpresa acaba siendo mayúscula tras repasar la filmografía del director, Scott Derrickson, un artesano del terror sin demasiada impronta: El exorcismo de Emily Rose (2005), Sinister (2012), Líbranos del mal (2014). Aunque también sabemos que Marvel apostó fuerte con este título, facilitándole a Derrickson infinitas herramientas y licencias. La inversión se nota y justifica: cada escenario deja al espectador boquiabierto, los efectos especiales son omnipresentes, colosales y ordenados; las paredes se contraen, las ciudades se curvan, el centro de gravedad cambia, pero sabemos qué está pasando y en dónde. Encima la música de Michael Giacchino, con travesuras de rock progresivo y atonalidades, ayuda a que las secuencias se transformen en videoclips esquizoides.
El casting es exacto: Benedict Cumberbatch como Stephen Strange es una fuente de ironía que se manifiesta hasta en el arqueo de una ceja. Rachel McAdams encarna lo opuesto: amabilidad y frescura, mientras que Tilda Swinton como psicopedagoga ancestral logra matices de ambigüedad que rompen el maniqueísmo del género. Quien se desaprovecha bajo un maquillaje de Aquadance es Mads Mikkelsen, pero el elenco en su conjunto posee la misma sintonía, se rinde ante el desenfado del filme.
Doctor Strange regala dos horas de comicidad y alucinación que deben verse en 2D por una razón simple: la hipersaturación propia del filme, con esos lentes oscuros, desconcentra, inclusive marea; de la seducción pictórica pasamos a torpes golpes de efectos que no le aportan nada a esta imperdible aventura psicodélica.