El universo Marvel sigue desempolvando personajes menores nacidos de la imaginación de Stan Lee, llevándolos del cómic a la cámara y haciéndolos jugar entre ellos. La última incorporación es Doctor Strange, un nombre fantástico, literario, para una figura está a la altura de la circunstancia. Un cirujano tan brillante como arrogante, que sufre un accidente terrible y pierde, con sus manos heridas, la capacidad para seguir operando. Que es lo mismo que decir que su vida, en plena productividad y éxito, se termina tal y como él la conoce. Interpretado por el talentoso Benedict Cumberbatch (Sherlock), a la cabeza de un elenco con mayoría de acento británico como el suyo -Chiwetel Ejiofor, Tilda Swinton, Benedict Wong-, Strange tiene la, ejem, rareza suficiente como para resultar a la vez atractivo y misterioso, vulnerable y egocéntrico. Cómico, con un gesto mínimo, o intimidante, con esa voz increíble que supo animar al dragón Smaug en El Hobbit.
Su búsqueda lo llevará hasta Katmandu donde le han dicho que hay alguien con poderes suficientes como para devolverle los suyos. Allí conocerá a una especie de raro monje que lo llevará hasta una sacerdotisa calva -Swinton-, fuente de sabiduría junto a la que entrena en mágicas artes marciales. Más pronto que tarde lo veremos intentando controlar una capa que levita y enfrentándose, en ida y vuelta por los pliegues de las distintas dimensiones del universo, con el villano Kaecilius -el danés Mads Mikkelsen, de Hannibal, con maquillaje en plan antifaz macabro. El director Scott Derrickson toma con gusto la invitación a la psicodelia colorida que ofrecen el hechicero y su grupo, gente capaz de abrir surcos en la realidad con sólo mover un brazo, o de atravesar una ciudad doblándola en partes, en trucos visuales tomados de Incepction, de Christopher Nolan, pero llevados aquí a un juego más lúdico y espectacular.
Con un humor muy particular, que se toma el pelo a sí mismo y a la ridiculez de todo el asunto, Dr Strange consigue, a pesar de la estructura casi obligada de los films de superhéroes hacia la gran acción final, divertir y entretener transmitiendo una sensación fresca, de libertad y desparpajo. Será que los superhéroes menos conocidos y con menos "presión nostálgica" de los fans, pueden permitirse mezclar, sin solemnidades y en un mismo vaso, orientalismo zen, hechicería y vengadores. Y que les quede sabroso.