2016 supuso ser un año con pocos aciertos en lo que se refiere al MCU (el universo cinemático de Marvel).Tanto con sus films –la algo fallida Civil War- como también con sus series –la segunda temporada de Daredevil no estuvo al mismo nivel de la primera en su desarrollo y la serie de Luke Cage resultó ser un fracaso olvidable en su totalidad- el universo creado comenzó a desmoronarse. Por suerte, con la llegada de Doctor Strange el director Scott Derrickson se convierte en un hechicero supremo de la cinematografía que, con su magia visual, de momento logra reconstruir y salvar el MCU.
Con un prólogo inicial lleno de misticismo y un despliegue visual que maravilla entre secuencias de acción, el film presenta en parte el tono estético y dinámico a manejar. Uno que va más allá de su similitud “a lo Inception de Nolan” y que manipula los terrenos que rodean a los personajes al dotarlos de una dimensión nunca antes vista en otros de los films de la franquicia. Como si se tratara del propio Stephen Strange (Benedict Cumberbatch), el film da un salto abismal y ofrece abrir el tercer ojo de todo espectador que quiera arriesgarse a vislumbrar que hay detrás del velo, entrando al plano astral que este film supone ser al lado de los otros que componen a este universo cinematográfico, perteneciente a este mundo de sagas pero manteniendo un carácter en gran parte independiente del resto.
Strange es un experto neurocirujano tan egocéntrico como talentoso (por momentos se lo puede visualizar a Cumberbatch como un Gregory House lejos de las adicciones) que verá su mundo cambiar drásticamente al sufrir un accidente que daña por completo las manos que antes salvaron tantas vidas. Su búsqueda por una cura lo termina llevando a lo más recóndito de un templo en Nepal donde, tras un largo entrenamiento bajo el tutelaje de la Ancestral (Tilda Swinton), aprende los secretos místicos de un mundo totalmente distinto al que conocía. Es interesante presenciar cómo el desarrollo del film se toma su tiempo para narrar el viaje iniciático del héroe -el entrenamiento y las distintas revelaciones que formarán parte de su aprendizaje pertenecen a toda la primera mitad de la trama- y cómo lo logra de manera siempre ágil y diferenciando los aspectos y el tono entre la vida de Strange antes y después de su incursión al misticismo.
Si bien todo lo que tiene que ver con la temática mística, espiritual e incluso lisérgica es lo más destacable de la trama, la misma cuenta con ese aspecto al parecer infaltable de los films de Marvel Studios: la comedia. El problema es que lo que puede resultar simpático y producir esporádicas carcajadas, termina volviéndose cansino al adquirir una presencia cuasi constante que interfiere y desentona con la identidad del film. Algunos de dichos momentos humorísticos funcionan muy bien pero es la cuantiosa cantidad que se hace presente lo que termina agotando su recurso y se convierte en un mero exceso, un elemento tóxico que atenta un tanto contra el poderío temático y visual de Derrickson. Es en la segunda mitad del film donde la constante humorística se fortalece (para mal) y ciertos elementos narrativos pierden su fuerza ante ello (también para mal).
Sin embargo, el viaje que tanto héroe como villano emprenden- el peligroso fanático Kaecilius (Mads Mikkelsen siempre genial en cada momento en pantalla pero también algo desaprovechado siendo un actor de su talla)- continúa en todo su transcurso con una fuerza que maravilla con su notable presencia, la cual nunca cede del todo ante los ataques destructivos que se autogenera el propio film. Secuencias que vislumbran el plano astral de Strange -una locura totalmente lisérgica que maravilla, divierte y aterroriza a la vez, dejando entrever un poco la identidad del director que proviene del género de terror- y las batallas entre él y Kaecilius son el disfrute máximo que toma como excusa una historia para alcanzar niveles de perfección cinematográfica donde lo visual y el entretenimiento ganan por igual. Todo dado entre saltos entre teletransportaciones, deconstrucción del tiempo-espacio y dimensiones con aspecto de teleidoscopio que sumergen todo elemento en un deleite de la retina.
Tras una seguidilla de producciones no tan exitosas en su desarrollo, Doctor Strange sale airosa con tan solo algunos traspiés. Algo inevitable entre tanta manipulación del espacio y el conocimiento cósmico. Quizás, con una búsqueda aún más centrada en la temática fantástica, el director pueda con una segunda parte evitar caer en un bucle temporal donde la comedia, cual devoradora de mundos, consuma su talento y el de su personaje principal. Solo el tiempo, y tal vez el espacio, lo dirán.