Here’s Danny
Doctor Sueño (Doctor Sleep, 2019) tiene la ardua tarea de ser una secuela digna de El resplandor (The Shining, 1980), pero es incapaz de comprender o manejar las sutilezas y ambigüedades que hacen de ella una obra maestra del cine de terror. En sus mejores momentos la secuela es, como mucho, una adaptación efectiva de un thriller frívolo de Stephen King. Cuanto más se distancia del film de Stanley Kubrick, mejor para todos. La comparación es bochornosa.
El problema no es tanto la trama así como la ausencia de una visión artística. Kubrick, como Hitchcock, veía a los libros que adaptaba como puntos de partida para una búsqueda original. No hay tal visión unificadora detrás de esta película. La historia no determina la forma en que se cuenta, como la hipnótica Midsommar: El terror no espera la noche (Midsommar, 2019). Aquí la historia es tan solo combustible para una máquina que hace “cine de terror” con condimentos insulsos: ruidos molestos y After Effects.
Han pasado décadas desde que Danny Torrance sobreviviera el Hotel Overlook. Habiendo heredado el alcoholismo de su padre, Dan (Ewan McGregor) se ha convertido en un fracasado itinerante hasta que encuentra su propósito como el “Doctor Sueño”, utilizando sus dotes psíquicas para guiar a los moribundos hacia el más allá. McGregor interpreta una versión verosímil de un Danny adulto, vulnerable y descarriado pero esencialmente bueno. Sin embargo Dan es tan solo un tercio de la trama, que se convierte en un duelo psíquico entre la “resplandeciente” adolescente Abra (Kyliegh Curran) y una pandilla de vampiros vagabundos dedicados a secuestrar y matar niños para alimentarse de su esencia.
La película comete el error de mostrar y explicar demasiado, poniéndose ridículamente técnica con su propia mitología. Ejemplo: la esencia que consumen los vampiros es “vapor”, y su calidad está siendo arruinada “por celulares y Netflix”. Nunca se menciona la palabra “vampiro” así como las películas de zombis tienen la costumbre de no usar la palabra zombi - “Porque es ridículo,” como explican en Muertos de risa (Shaun of the Dead, 2004). Pero los vampiros de Doctor Sueño no son menos ridículos porque no se los nombre. Ni son menos ridículos los poderes psíquicos con los que Dan y Abra les dan batalla, como si fueran duchos X-Men. El resplandor sufre la misma bastardización que La Fuerza, imponiéndosele tecnicismos terrenales que le roban su mística.
Doctor Sueño ha sido escrita y dirigida por Mike Flanagan como un thriller épico de ciencia ficción, adoptando un ritmo trotamundos y expandiendo la acción a lo largo de todo Estados Unidos. Se define nítidamente a los buenos y a los malos desde el principio y el resto consta de generar expectativa hasta el inevitable duelo, incrementando la tensión con picos de violencia. Es una propuesta kitsch y entretenida: los buenos son entrañables (Ewan McGregor da una rara dimensión dramática a la historia), los malos son detestables (liderados por una maligna y seductora Rebecca Ferguson) y para variar no hay esfuerzo cómico que desbarate su enfrentamiento.
La película se divide esquizofrénicamente entre contar una historia autosuficiente y canibalizar al film original. Gran parte de la secuela se sostiene por cuenta propia gracias a la caracterización de los personajes, las actuaciones, algunas escenas poderosas y la tensión entre sus partes. Cuando se apoya en la antigua gloria de la original no se siente cínica así como torpe o equívoca. Pero el clímax es prácticamente blasfemo, esencialmente instalando una montaña rusa en el Overlook y comprimiendo a El resplandor en 20 minutos de Grandes Hits: la catarata de sangre, el salón de baile, el cuarto de escribir, la habitación 237, etc. La película no sólo pasa lista a estas escenas como si fueran atracciones - reduciendo al hotel a una vulgar casa embrujada - sino que recrea las mismas tomas y los mismos ángulos. Algo que ya era impresionante cuando Steven Spielberg lo hizo en Ready Player One: Comienza el juego (Ready Player One, 2018) pero que aquí queda como un intento desesperado por querer empaparse de una grandeza que nunca será suya.