Nostalgias
El primer problema de Doctor Sueño se adivina a poco de comenzar la película. Una nena, que tiene el poder de eso que en la película se llama “resplandor”, se acerca a una mujer que canta delante de un lago. Esa mujer, uno lo sospecha de antemano, quiere hacerle daño a la niña. Más adelante, incluso, nos enteraremos de que la dama en cuestión es capaz hasta de torturar a un chico con tal de alimentarse de él, como una suerte de vampiro más truculento. El problema es que esa mujer horrenda y cruel está interpretada por Rebecca Ferguson, una muy buena actriz con gran presencia escénica, es cierto, pero también uno de los rostros más angelicales con los que cuenta el cine actual. Cada vez que Rebecca quiere mostrarse monstruosa, el efecto resulta tan creíble como si viéramos a Danny De Vito interpretando un atleta olímpico, o a Dolph Lundgren interpretando a Gandhi.
Es cierto, de todos modos, que si uno hace un esfuerzo hermenéutico (uno desmedido y particularmente benevolente hacia la película), puede encontrarle a la insólita elección de Ferguson para un personaje así cierta lógica. Doctor Sueño es una película aniñada, y que su sádica villana parezca una conductora de un programa infantil podría tener algo de sentido.
Lo de aniñado no tiene que ver tanto con la importancia que posee en la película la figura de una nena, sino más que nada con la forma escolar, incluso ingenua, que Doctor Sueño encuentra para expresar temas como las adicciones, el miedo a la muerte y la posibilidad de una sobrevida. En todos estos casos, Flanaghan opta por tocar estos asuntos usando diálogos sobreexplicativos, muchas veces en boca de un Ewan Mcgregor exponiendo sus mensajes esperanzadores con un aura de misticismo calmo y con ecos New Age, en situaciones que se adivinan forzadas para darnos un mensaje.
Es un asunto raro cuando uno compara Doctor Sueño con su predecesora de hace casi cuarenta años. El Resplandor de Kubrick es un exponente de terror adulto, que construye su tensión a partir de climas rigurosamente planificados y que exigen un espectador paciente. A esto se le agregaba la idea de hacer un film puramente enigmático, que se entregaba a misterios sin resolver y un final abierto. El Resplandor se trata también de hacer una película sobre personajes que están estancados en situaciones o roles familiares (la esposa sumisa, el escritor trabado en una misma frase) y que si encuentran una salida a su pesadilla, es a partir de dejar estas cosas atrás y seguir adelante. En Doctor Sueño, en cambio, la idea es hacer una película que se la pasa mirando hacia atrás, más específicamente a su antecesora.
Y así es como pasamos a una de las decisiones estéticas más insólitas y desacertadas de Flanagan. Allí el realizador calca planos enteros de El Resplandor pero con otros actores y con reproducciones digitales. El efecto es pésimo por varias razones. Una porque esos planos, que vienen de una película tan particular como la de Kubrick, no tienen nada que ver con el resto de la historia, que mantiene otra estética; otra es porque no son más que versiones degradadas de planos que ya vimos antes, donde prima el digital ahí donde antes había una construcción escénica meticulosamente armada. Algo idéntico sucede con las interpretaciones de los actores que hacen una imitación de los Wendy y Jack Torrance originales. En El Resplandor las actuaciones desatadas de Nicholson y Duvall se lograban a partir de una exigencia brutal por parte de Kubrick que los hacía llevar esas actuaciones al límite de sus esfuerzos. Había algo en sus formas de actuar que eran al mismo tiempo muy artificiales (por lo exageradas) pero también muy realistas (su estado de locura exacerbada se debía a un cansancio real de los intérpretes). Cuando la vemos a la actriz Alex Essoe imitando a Duvall y su expresividad desencajada, la vemos hacerlo desde un registro actoral que trata, inútilmente, de emular uno que se logró a partir de una dirección basada en una paciencia enorme (y una dosis de sadismo por parte de Kubrick). El efecto, obviamente, no es el mismo, sino que parece una imitación paródica.
Mientras veía esas imágenes no podía dejar de preguntarme con qué necesidad un director haría eso. El tono y el tema de Doctor Sueño no tiene nada que ver con la película de Kubrick, más que nada porque la película es una adaptación que durante buena parte del relato sigue con mucha fidelidad (no sólo argumentalmente, sino también temáticamente y en tono) la novela original de King. Colisionar a King y a Kubrick es juntar dos cosas que no tienen nada que ver, es insistir en unir a un escritor obsesionado con la construcción de argumentos atractivos y criaturas monstruosas con un realizador que gusta de los climas pacientes, de los tonos gélidos y enrarecidos y de un relato que se construye lentamente. Cuando estos dos universos chocan, el resultado no puede ser otra cosa que fallido. El ejemplo más acabado de esto se da en el uso que Flanagan hace de los fantasmas kubrickianos. En El Resplandor cinematográfico los fantasmas tenían una rara característica: no atacaban, simplemente permanecían eternizados en lo que parecía una actividad condenada a la perpetuidad. Flanagan, en cambio, tiene la (pésima) idea de que esos fantasmas ataquen sobre cuerpos vivos. El efecto es raro porque lo que termina lastimando son dos nenas gemelas, una anciana decrépita desnuda y un señor con una copa en la mano, todos seres de fantasía que claramente funcionaban mucho mejor como monstruos “pasivos”, que permanecían eternizados en una acción, que como seres directamente dañinos.
Pero creo que este error puede deberse a dos cuestiones. Una es el afán enloquecido de hoy en día por la nostalgia ochentosa, que se ha vuelto uno de los negocios más rentables del mundo del cine y de las series actuales. Es un afán que devino un problema en el cine de terror contemporáneo. La nostalgia es un sentimiento que tiene algo de triste pero también de encantador, que nos recuerda la época en que éramos más jóvenes y más ingenuos. De esta forma el terror, que logra transmitir tensión por su característica inquietante, se vuelve demasiado inocente y predecible. De esta forma, Doctor Sueño parece recordarnos a cada rato una película de otro tiempo menos porque tenga algo que ver con la trama que por la sola evocación.
La otra es, creo yo, que Doctor Sueño no adolece sólo de exceso de nostalgia sino de pereza. Sólo eso podría dar cuenta de la elección por explicar sus conceptos a través de discursos altisonantes y no por medio de ideas visuales que expresen ideas de forma más sutil; que aquel Hotel Overlook que en la película de Kubrick (¡y hasta en la novela de King!) iba consumiendo progresivamente a sus personajes no sea otra cosa acá que una casa del espanto que empiece a resultar una amenaza a los diez minutos de entrar allí; que la película vaya al impacto duro y cruel en las escenas de terror más álgidas (como aquella en la que se tortura a un chico), como si estuviera apurada por darnos imágenes tensionantes en vez de construir un clima previo para llegar allí; o que calque planos y melodías enteras de una película anterior en vez de tratar de resignificarlas. Todo, finalmente, termina estando al servicio de una película signada por el menor de los esfuerzos. Demasiado poco para una secuela que tardó casi 40 años en aparecer.