Después del brillo
A casi 40 años de El resplandor llega su secuela, Doctor Sueño. Aun bajo supervisión de Stephen King, el film no logra eludir la sombra de Stanley Kubrick.
Stephen King odió la adaptación que hizo Stanley Kubrick de El resplandor. Con el tiempo, produciría una versión afín a sus gustos a través de una miniserie, pero su encono con la película perdura y es difícil de entender. La única explicación posible es que Kubrick introdujo elementos que no estaban en el libro, y cierto celo por el estatus de film de culto que obtuvo el film, a diferencia de la novela, hizo el resto. Para mayor pesar del escritor de Maine, algunos de esos elementos, pura imaginería Kubrick, son los que volvieron icónico a El resplandor. Jack Torrance –el escritor “bloqueado” que interpreta Jack Nicholson, buscando inspiración en el alejado hotel Overlook– no muere congelado y la cabeza frizada, hoy satirizada en numerosos memes, debió causarle escozor. Tampoco existen las escalofriantes gemelas que Danny, el hijo de Jack, descubre en visiones y en los pasillos del hotel –esos fondos de campo profundo que, de los Coen a Ari Aster, inspiraron a dos generaciones de cineastas–, ni la poderosa escena del baño de sangre que brota de un ascensor. Dos diferencias fundamentales: John no deambula con un hacha sino con palo de croquet, y el laberinto, tan adecuado para el hipnótico final, era en realidad un jardín de topiarias. Y después está el cambio menos relevante, aunque el más significativo para las legiones de “conspiranoicos”. Los pasajes más sobrenaturales del libro ocurren en la habitación 217. Según Kubrick, las autoridades del Hotel Stanley (donde se rodó el film) sugirieron que el guion alterara ese número para que futuros clientes evitaran, por pura aprensión, albergarse allí. Kubrick sólo alteró un dígito; eligió el número 237, que según el director no se correspondía con ninguna habitación del hotel. Pero 237 resulta ser la distancia calculada en miles de millas que distancia a la Tierra de la Luna. A partir de este dato –sumado a que Danny, el atribulado hijo de Jack, se dirige en una escena hacia la habitación con el Apolo 11 bordado en su sweater–, muchos creyeron ver señales enviadas por Kubrick para ratificar el mito de que en 1969 había escenificado el alunizaje de Neil Armstrong, algo que hoy puede verse en numerosos videos de YouTube y fundamentalmente en el film Room 237.
Mitos y conspiraciones aparte, es de notar como el estricto –por no decir cuestionable– gusto de King por las adaptaciones de sus libros posibilitó la realización de Doctor Sueño, la tan postergada secuela de El resplandor. El apoyo incondicional de King a la segunda adaptación de It, una de sus mejores novelas, derivó en la reciente y costosa producción en dos partes dirigida por Andy Muschetti, una versión fiel, si bien nada destacable, cuyo hype la convirtió en la película de horror más taquillera de la historia, con más de 700 millones de dólares recaudados a lo largo y ancho del globo. La satisfacción de Warner fue tan grande que dio luz verde a una nueva adaptación de King. Y así la elección recayó sobre Doctor Sueño, una novela que el maestro del terror publicó en septiembre de 2013. Era una oportunidad imperdible para ajustar cuentas con el pasado.
En el banquillo opuesto a Kubrick está Mike Flanagan, director en ascenso del cine de horror que ya había escarbado el legado de King tras recrear Gerald’s Game, novela considerada “infilmable” y que en verdad no resultó uno de sus mejores trabajos. En una década que vio renacer el temor a los fantasmas, Flanagan marcó la diferencia con sólidos guiones que abordaron una agenda versátil, sea el caso de personas que desaparecen al atravesar un túnel (Absentia, 2011), un atávico espejo que lleva la maldición a una familia (Oculus, 2013), o una mujer sorda encerrada en su casa y a merced de un psicópata (Hush, 2016). Inevitablemente, la oferta de incluir casas embrujadas en su dossier llegó cuando su prestigio estuvo consolidado, y en octubre de 2018 Netflix emitió The Haunting Of Hill House, su adaptación de la clásica novela de Shirley Jackson en formato de serie. Fue entonces que Stephen King dio su bendición a Flanagan y sugirió la adaptación de Doctor Sueño. Hay una característica del director nacido en Salem que encaja perfectamente con las ideas de King: su apego a las formas narrativas por sobre los efectos dirigidos al espectador. Además, todo aquello que King denostó en Kubrick (su indeleble arthouse, su “frialdad”, como él mismo notó) está ausente en Flanagan. Al momento de darse a conocer el proyecto, Flanagan declaró que su película tomaría a los dos libros y la película como puntos de referencia. Y así lo hizo.
En directa referencia al film de Kubrick, mientras el logo de Warner aparece en pantalla suenan las ocho notas clásicas de la Symphonie Fantastique de Berlioz, interpretadas en sintetizador por Wendy Carlos y Rachel Elkind. Seguidamente, una imagen aérea –otra cita– sobrevuela un campamento en el bosque. Una niña escapa de su madre y descubre a una mujer de espaldas, mirando a un río, sentada sobre una roca y luciendo un extraño sombrero de media copa. Es entonces cuando los mundos de King y Flanagan se yuxtaponen, su tendencia a exponer la vulnerabilidad infantil frente a lo sobrenatural, y a no demorarse en mostrar esa instancia paradigmática. La mujer seduce con su presencia, sustentada en su belleza y una dulzura impostada, la enmascarada maldad que constituyó un arquetipo para generaciones de cuentos infantiles. Ella es Rose the Hat –encarnada con personalidad por la actriz sueca Rebecca Ferguson–, líder de un culto de seres casi inmortales, suerte de modernos vampiros conocidos como The True Knot, que inmediatamente surgen del bosque para rodear a la inocente. En algún lugar, muy lejos de allí, se despierta agitado Danny Torrance, que con igual empatía hacia lo vulnerable interpreta Ewan McGregor. Ya crecido, al borde de los 50, su némesis, como la de su padre, es el alcohol. Pero en el momento en que decide abandonarlo descubrirá a una nueva némesis.
En la adaptación de The Shining, la agonística entre el bien y el mal, tan esencial para King, nunca queda del todo clara. Tanto la tensa relación entre Danny y el hotel como el potencial del chico son elementos difusos. Para balancear ese –a su criterio– defecto argumental, en Doctor Sueño todas las cartas se exponen de manera clara –quizás, excesivamente clara–. Media hora después del inicio, se descubre el modo en que la tribu se nutre de inocentes que poseen cierto don: el resplandor. Durante una práctica de béisbol entre adolescentes, Rose y su culto encuentran a un chico que nunca erra un bateo, como si siempre supiera adónde se dirigirá la pelota. Cuando el juego termina, la secta lo persigue en su caravana de vehículos y lo acorralan a un costado de la ruta. Rose empuja al chico, lo tiende de espaldas, se monta sobre él y lo hiere en las costillas. Cada vez que el chico grita de dolor emite un vaho que la mujer y sus acólitos desesperan por aspirar. Esa herida será su punto débil. Rose escarba su uña en la herida, una y otra vez, para que el chico no pare de emanar el resplandor que alimenta a los andrajosos vampiros. Es ese el momento de un segundo despertar. En su casa familiar, Abra (la adolescente Kyliegh Curran) se despabila con los sentidos activos y se proyecta en la escena, a miles de kilómetros de distancia. Su resplandor es demasiado potente. Intenta detener la carnicería y hasta aleja de un golpe a Rose momentáneamente de su presa, pero no logra evitar que la tribu vuelva sobre el chico hasta consumirlo. Es un momento clave, prototípicamente King y cuidadosamente encapsulado por Flanagan, con un manejo de la crueldad no exento en films de Clint Eastwood como Río místico. Abra es la nueva chica King, la femenina Danny Torrence. Pero es mucho más fuerte que Danny –¿otra instancia de empoderamiento?–. Alegre y confiada, irá a buscar a Danny para formar alianza contra sus cazadores. A Danny paraliza lo que para Abra es un juego. Dos temperamentos que definen al universo de Stephen King.
Una instancia crucial –probablemente un spoiler para los obsesivos, pero es imposible un spoiler cero en la secuela de un film tan icónico– ocurre cuando el dúo pone rumbo a las Montañas Rocosas, en Colorado, un retorno al Overlook Hotel. Es una secuencia incongruente con King, que en el final de su novela había incendiado el hotel hasta sus cimientos. Es quizá su modo de subrayar la ominosa presencia del Overlook como entidad viva a lo largo de la saga, por encima de los excesos de Nicholson. Pero es también –como si el hotel extendiera su encantamiento allende la ficción– haber caído en una trampa. En este punto, Flanagan revierte la pericia con que había piloteado una trama de antagonismos sobrenaturales. Con el hotel en pie, recrea escenas clásicas de El resplandor, con actores que reemplazan a Nicholson y Shelley Duvall, con las gemelas y REDRUM, con la habitación 237 y el baño de sangre. E introduce nuevas escenas que resultan citas innecesarias.
Aun con esos pasos en falso, Doctor Sueño es un film emotivo y atrapante. Ideas imperecederas como la exhalación de vida hacia un ente extraño y quizás maligno, representada por el flujo de resplandor en las víctimas de predadores, así como la creencia en buenos guardianes fantasmas y un bien indeleblemente ligado a la inocencia, son temas recurrentes de Stephen King que jamás perderán vigencia. El don de Flanagan es haber capturado esa esencia, quizá como nunca antes en el cine.