Rabia humana.
Dogman es la última película de Matteo Garrone quien, casi jugando con su reconocimiento de gran director realista italiano, declaró que la audiencia ideal es “la que no sepa nada de los hechos reales en los que se basa este film”.
Ciertamente vemos que, tanto la realidad como la ficción, funcionan aquí a modo de umbral inestable entre las tomas donde conviven el sometimiento alevoso y violento, conversaciones de vecinos, chicos jugando al fútbol y baños caninos. La historia se basa en hechos sucedidos en la Italia del 88´, más precisamente en Roma, y la ficción los traslada a un barrio aislado de la actualidad, cierto lugar de excepción —haciendo un guiño al coterráneo Giorgio Agamben— escenario de la verdadera pesadilla que proyecta la trama de Dogman.
Marcello (Marcello Fonte, premiado como mejor actor en el Festival de Cannes de 2018) encarna al peluquero de perros, pequeño, debilucho, quien accede a vender drogas por dinero y una droga mayor: el cariño y aceptación de los demás. Entre sus compradores aparece, enorme y macabro, Simoncino (Edoardo Pesce) con un perfil cocainómano y de una brutalidad desesperante. Aquél, preocupado por la aprobación y pertenencia social. Este, despiadado y dueño de una crueldad sin límites.
Entre Marcello y Simoncino se desenvuelve el drama de la sumisión física y psíquica en una especie de lealtad retorcida, mientras que para la comunidad el problema se transforma en qué hacer con el matón que tiraniza el humilde barrio de las afueras de Roma.
Un aspecto a destacar de la película es que la animalidad es presentada como una conexión a la ternura que reconocemos entre Marcello y Alida (Alida Baldari Calabria), su hija de nueve años. Por otra parte, la bestialidad se refleja en ambos hombres fuera de sí, en los ataques de ira, las adicciones y el exceso de la venganza.
Por momentos escalofriante, con escenas de suspenso muy intenso, esta película genera el efecto de cautiverio del mínimo Marcello —quien parece disminuir su tamaño mientras avanza la narración— y hasta nos hace sentir cierta simpatía por él.
Si bien es difícil identificarse con el sadismo (de entrada o que resulta) de los personajes principales, el film interpela insidioso sobre qué empuja y desata la destrucción entre dos hombres, qué puede enajenar y arrojar a semejante escalada de violencia compleja y contradictoria a dos personas. Estas preguntas se abrirán sin dar respiro a los espectadores y manteniéndolos atrapados hasta el final.