BREAKING BAD
Qué duda cabe, Dogman es una película terrible, inspirada en un caso real mucho más terrible aún (de ser eso posible). Pero el último film del romano Matteo Garrone aprovecha de lo real una cáscara, una superficie sórdida y putrefacta sobre la que aplica estilizados toques de violencia y una oscuridad que se expresa por medio de herramientas puramente cinematográficas y alejada del sensacionalismo. Lo que cuenta en Dogman es la eterna lucha del débil contra el poderoso, sintetizada aquí en un par de personajes algo patéticos: Marcello, un esmirriado peluquero de perros que se hace la diaria vendiendo algunos gramos de cocaína, y Simoncino, uno de sus clientes -también un amigo-, un mafioso de aspecto bestial que impone temor a partir de lo físico. Esa lucha, desigual, se irá quebrando por el lado de lo psicológico, cuando Simoncino abuse de la confianza de Marcello y éste construya una impactante venganza.
Como en Gomorra, Garrone pone su mirada en lo más prosaico del bajo mundo italiano, en lo barrial y en el barro; sobre todo en el barro. Sin embargo, sobrevuela aquí una intención mucho menos realista (o ilustrativa), casi una caricatura -incluso una sátira- de un mundo oscuro y terminal del que no parece haber escapatoria. Es verdad que en Dogman hay una atmósfera sórdida y asfixiante, pero el director se aleja del efectismo de maestros del miserabilismo contemporáneo como Alejandro González Iñárritu o Yorgos Lanthimos para encontrar las razones, los motivos, la huella digital humana que pone la tragedia en movimiento. Lejos del regodeo, Dogman es una película que provoca, que sacude y que intranquiliza durante todo su metraje: como film de género, como thriller, es impecable. Como decíamos, hay un personaje pequeño pequeño que está cansado de perder, pero también de los abusos de su “amigo”; un protagonista que además asimila aquello que lo circunda de una manera inadecuada. El gran conflicto que narra Garrone es el de la modernidad, el de los vínculos destrozados y el de la necesidad de imponerse y conseguir cierto reconocimiento social. Marcello cree que con aquello que va a hacer logrará la aceptación de quienes lo han hecho a un lado.
Por cierto que Dogman tiene algunas metáforas algo obvias (especialmente con la omnipresencia de esos perros enjaulados), pero también que Garrone da clase en el uso de la elipsis y la síntesis narrativa. Y si su película merodea algunos trazos gruesos, las presencias de Marcello Fonte (Marcello) y Edoardo Pesce (Simoncino) se encargan de poner todo en su lugar. Fonte construye la ira de su personaje paso a paso, o en todo caso nos revela que esa furia final estaba calma a la espera de la chispa que la encendiera. Con su aspecto, Fonte contribuye a lo bufonesco, a ese subtexto que Garrone edifica durante toda la narración, pero también a lo sórdido en ese giro con el que su personaje estalla interiormente y se quiebra para nunca más volver. Y Pesce aporta lo físico, la potencia de una masa humana que atemoriza con la sola presencia: cada vez que aparece en la película se impone la violencia de una manera decidida. Ese vínculo, la tensión, el ida y vuelta, la confianza y la traición; Fonte y Pesce como artesanos de esa relación que a partir del desprecio se vuelve tóxica; y Garrone con un ojo sabio para contar la historia más terrible ocultando lo necesario y mostrando aquello que resulta indispensable. Todavía hay quienes saben hacer que lo real se vuelva sustancia cinematográfica, y Garrone lo logra en este climático y asfixiante drama.