Marcello, un peluquero canino que tiene su negocio en las afueras de Roma, en el humilde barrio de Magliana, se enfrenta a uno de sus amigos, Simoncino, un antiguo boxeador, violento al extremo, criminal reincidente y cocainómano, que un día puede ser amable con él y al día siguiente meterlo en un lío. Su amor por los perros y el cariño por su pequeña hija, lo conectan con su lado luminoso y feliz, pero su amigo lo va sumergiendo poco a poco en situaciones de peligro cada vez más complejas.
Mateo Garrone, el director de Gomorra (2008), vuelve a construir acá un drama asfixiante que transcurre con un tiempo y una narración impecables, moviendo cada una de las piezas para que el camino del protagonista se sufra de manera clara y creíble. La película consigue meter al espectador en ese universo, en sus personajes, y con la ayuda de dos actores fuera de serie que nunca parecen estar actuando, la película atrapa completamente. El pequeño Marcello, mitad dentro del mundo civilizado, mitad sumergido en el infierno, intenta navegar en ambos lugares y todo el drama del film consiste en saber si logrará salir airoso de ese juego. Simoncino, por el contrario, es el personaje sin arreglo, una constante carga de peligro y violencia, presionando al pequeño peluquero cada vez más.
Garrone sabe cómo tensar las cuerdas de la historia y cada elemento que utiliza le sirve para armar una historia de violencia y encierro, donde todo cada escena abre una nueva compuerta de conflicto que compromete al espectador y no lo deja indiferente. Bella estéticamente, inteligente en la elección de actores y situaciones, la intensidad de Dogman la convierte en una gran película.