Te quisiera tener a mi lado
Historia de un amor equivocado, el que una mujer mayor europea siente por su joven taxi girl dominicana, la nueva película de los directores de Jean Gentil tiene total empatía con sus personajes y filma su entorno en las antípodas de la tarjeta postal.
“Y te quisiera tener/ a mi lado para siempre/ Pero por mi mala suerte/ no gozo de tus placeres/ Y si tú a mí no me quieres/ va a ser causa de mi muerte”, canta en el comienzo, tan profético como un coro griego, el veterano bolerista Ramón Cordero. Coproducción entre República Dominicana, Argentina y México que viene de presentarse en el festival de cine lgbtiq Asterisco, Dólares de arena es la historia de un amor equivocado. El que una mujer mayor europea siente por su joven taxi girl dominicana. Codirigida por la realizadora de ese origen Laura Amelia Guzmán y el mexicano Israel Cárdenas (de quienes se habían conocido, en el Bafici, Jean Gentil, y en el DocBuenosAires Carmita), Dólares de arena trabaja sobre una premisa argumental muy semejante a la de Paraíso: Amor, film del austríaco Ulrich Seidl estrenado aquí el año pasado. Con una diferencia de fondo, que tiene que ver con el punto de vista adoptado: lo que en aquélla era distancia cruel, aquí es fatal empatía con la que ama a quien no le conviene.No sólo la letra del bolero resulta profética, sino la expresión infinitamente apenada de Cordero. En la secuencia siguiente se ve a la morena Noelí (Yanet Mojica) alternar con unos turistas veteranos en la playa, pedirle a otro su cadenita de plata y venderla a un revendedor, junto a su novio (Ricardo Ariel Toribio). A continuación, Anne (Geraldine Chaplin), equivalente femenino de los caballeros de la secuencia previa, le confiesa su amor a Noelí, tirada junto a ella en la cama. La diferencia entre unos y otra es que aquéllos saben qué es lo que Noelí les puede dar y qué lo que no. No habría conflicto, ambigüedad ni interés si Noelí se comportara como una garrapata lisa y llana, chupando sin complejos la sangre del pobre bicho. Sin embargo, algo parece sentir Noelí por su fuente de dólares. Aunque ciertamente no deja de requerírselos. La misma ambivalencia del chongo keniano que en Paraíso: Amor desorientaba a la veterana turista austríaca.Anne parece tan perdida en ese destino tropical –que Guzmán y Cárdenas filman sin la menor concesión a la tarjeta postal– como perdidamente enamorada de Noelí. La observa arrobada mientras la otra baila salsa, abre su billetera no sin desconfianza, le pega un cachetazo y a la escena siguiente la está invitando a irse con ella a París. Un amigo inglés intenta advertirle sobre las diferencias entre ilusión y realidad y Anne comparte sus dudas. Pero sigue adelante con su proyecto, aunque ella misma no sabe qué va a hacer de vuelta en Europa. Maquillada con un exceso de delineador, el rostro tristísimo de Anne recuerda por momentos al de un payaso. Si no llega a serlo, es gracias a la relación que la cámara establece con ella. Una relación franca, directa, atenta, que la saca del estereotipo y le devuelve su condición de individuo único, cuyas razones o falta de ellas permanecen, finalmente, en el misterio.Anne se fue de su país porque no era dichosa allí, pero en esa playa paradisíaca no deja de ser la turista con dólares, la europea blanca, la gringa. De ese desfase profundo tal vez devenga la tristeza de su mirada, que no la abandona ni en los momentos de mayor intimidad con la amante. Aunque Noelí es, como bien definen los propios realizadores, “una prostituta que no sabe que lo es”, la intimidad no significa lo mismo para ambas. Aquí, un dato que no cierra bien y genera desconcierto: que ambas se conozcan desde hace tres años. Demasiado tiempo de ceguera para el amour fou de Anne, demasiado para una clase de relación que se puede suponer más breve.La relación entre cámara y realidad filmada diferencia a Dólares de arena de una película que es como su prima hermana: Bienvenidas al Paraíso (Vers le sud), el film de Laurent Cantet en el que Charlotte Rampling y sus amigas compraban sexo, en un balneario que bien podría ser vecino de éste. Filmada de modo impersonal, sin hallar jamás un punto de vista orgánico en relación con sus personajes, en la película de Cantet éstos funcionaban como eso: como meras funciones del relato. El carácter observacional de los planos, su cadencia, la relativa autonomía de una línea dramática o de sentido lineales, dan su respiración a Dólares de arena, dotando a lo real-filmado de una ambigüedad que empareja al espectador con la desorientada Anne. Un rol perfecto para Geraldine Chaplin, cuya extrema delgadez, piel quebradiza y eventual nerviosismo siempre lucieron como signos de una profunda angustia interior.