Maria Linde (Krystyna Janda) es una poeta oriunda de Varsovia, emigrada a la Toscana durante la ley marcial en Polonia, allá por los años del Muro de Berlín. El tiempo ha pasado y su vida en las cercanías de Volterra le ha traído los mejores recuerdos, además de un marido, una hija y dos nietos, y también un premio Nobel. En su madurez, Maria Linde es la celebridad intelectual del pueblo, sus cumpleaños convocan a poetas que discuten la polémica figura de Ezra Pound, a un reportero indiscreto de Le Monde y al comisario del lugar, todos en algarabía durante la madrugada, sin diferencias, enojos ni recelos. Pero la mente libre de Maria, aún con su aire de tesoro local y su defensa de sus orígenes inmigrantes, es incómoda en una Europa que no quiere escuchar en público sus propios miedos, y menos pensar en los actos terroristas como un llamado de atención a la hipocresía que hace tiempo se ha instalado en los discursos oficiales.
Aún en el paisaje idílico de la Toscana, Dolce Fine Giornata comienza con las sombrías imágenes de un grupo de migrantes en una barcaza. Luego, las noticias de una fuga de un campo de refugiados en Lampedusa alertan a las autoridades regionales, y Nazeer (Lorenzo de Moor), el amante egipcio de Maria, emigrado desde hace tiempo de su país de origen y dueño de una taberna frente al mar, recibe suspicaces miradas de reojo. Esa Europa soñada, que quizás resultó un refugio para Maria en su juventud, hija de sobrevivientes del Holocausto, crítica de la represión polaca en los años del Sindicato Solidaridad, hoy se delinea como un escenario en permanente conflicto. No en vano su hija le insiste para emprender nuevas inversiones y resistir esa ligazón con la ciudad que largo tiempo le dio cobijo. Pero el pensamiento y la poesía de María han nacido libres, y su irreverente presencia, más allá de mandatos morales y compromisos sociales, quizás resulta demasiado para los tiempos que corren.
El polaco Jarcek Borcuch explora en la figura de su personaje, una artista en el crepúsculo de su carrera, consagrada pero todavía sometida a los interrogantes de su condición pública, el estado actual de una Europa en zozobra, pero sobre todo el rol de una intelectualidad que parece haber perdido protagonismo frente a otras voces. Compleja e impredecible, quizás con algún exceso en los planos paisajísticos, la película esquiva varios lugares comunes y resoluciones fáciles para sus dilemas, atajos que la propia Maria nunca se propone. Krystyna Janda, legendaria protagonista del cine de Kieslowski, habita con honestidad los pequeños caprichos y egoísmos de su personaje, la progresiva consciencia de que en esos gestos se definen las grandes cosas.
Aún en una encrucijada constante, y sin justificar sus propios permisos y cierta soberbia, Maria Linde nos revela un mundo no demasiado fácil para el ejercicio del pensamiento. El miedo al otro parece ser la moneda de cambio perfecto, incluso en ese pueblo donde todos parecían bienvenidos.