SOLO ALGUNAS BUENAS INTENCIONES
Hay en Dolittle un par de intenciones nobles: básicamente apelar a la materialidad clásica de la saga literaria original (el personaje de John Dolittle fue creado por Hugh Lofting en 1920) e intentar desde ahí construir una aventura infantil totalmente alejada de lo que fueron las reversiones protagonizadas por Eddie Murphy. Sin embargo, esas metas se quedan a mitad de camino porque nunca llega a tener claro cómo cumplir con sus objetivos.
Quizás eso se deba en buena medida porque el realizador a cargo, Stephen Gaghan, no termina de entender apropiadamente cómo presionar las teclas adecuadas o mover las piezas de la historia apropiadamente. No se trata tanto de una cuestión de tono, sino de timing –lo cual a su vez termina afectando el tono-, ya que no llega a hallar la dinámica pertinente y las velocidades que maneja no se corresponden con las secuencias que se van sucediendo: para decirlo de manera más simple, cuando tiene que ir rápido, va lento, y viceversa. De hecho, su estructura narrativa de viaje, crecimiento y redención que utiliza nunca llega a consolidarse de forma atractiva.
Es entonces que vemos a Dolittle, el doctor capaz de hablar con animales, teniendo que emprender la búsqueda de un remedio mágico para la Reina de Inglaterra (quien se encuentra al borde de la muerte), para así poder salvar sus tierras e instalaciones, en un viaje que también será la oportunidad para cerrar las heridas por la pérdida de su esposa y, de paso, incorporar a su grupo a un joven que desea ser su aprendiz. Pero todo lo que vemos nunca sale de lo realmente rutinario y jamás sorprende, como si no supiera encontrar giros originales o composiciones en las acciones –que implican tonos, velocidades, climas y/o estéticas- que se aparten de lo esperado. Si su arranque (con una bella secuencia animada) presenta una combinación prometedora de un clasicismo infantil con una mirada ligeramente contemporánea, ese posicionamiento pronto se va desinflando.
De ahí que Dolittle termine confiando en lo más obvio: el carisma innato de Robert Downey Jr. –que trata de darle una vuelta de tuerca a su personaje habitual pero lo logra a medias-; los aportes por el lado de la comedia de las voces de figuras como Emma Thompson, Rami Malek, Kumail Nanjiani, John Cena, y particularmente Craig Robinson y Jason Mantzoukas; alguna escena ligeramente lograda en su sentido aventurero y no mucho más. En el medio, hay muchos chistes fallidos y Michael Sheen y Jim Broadbent son bastante desperdiciados, para luego terminar arribando a un final definitivamente abrupto, que apresura en exceso la resolución de los conflictos. Dolittle es una paradoja: una película que habla sobre la búsqueda y/o recuperación de la identidad, pero que no llega a encontrar una propia, un film repleto de indecisiones que no tiene en claro qué contar y cómo contarlo.