El esperado nuevo film de Pedro Almodóvar, "Dolor y gloria", es una exploración presumiblemente autobiográfica, para la cual juntó a un dream team personal; consiguiendo un nuevo punto de altura dentro de su excelsa filmografía.
¿De qué manera puede abordarse la figura de alguien como Pedro Almodóvar? ¿El realizador vivo más importante de España y uno de los más importantes de habla hispana? ¿El estandarte fílmico de la movida española del destape post franquista? ¿Uno de los referentes LGBT+ más importantes del mundo del cine?
¿Pedro, el que creó un séquito artístico cuasi familiar con el que se rodea cada vez que decide encarar una nueva película? Es Almodóvar, uno de los directores más personales que se nos pueda ocurrir.
No sólo es personal porque en cada una de sus más de veinte películas (sin contar cortos) deja una huella artística imborrable e ineludible. Es personal, porque, de un modo u otro, pareciera que cada film suyo, es un pedacito de un pseudo diario íntimo, o un cuaderno de anotaciones en el que hace catarsis de ideas y pensamientos.
Desde Folle... folle... fólleme Tim! Cada nueva película es una llave a un lugar de su mente, y su corazón. Ahora, "Dolor y gloria", esperadísima como cada vez que el manchego anuncia que se sentará otra vez en la silla de director, ofrece una nueva entrada; una nueva llave.
A diferencia de las anteriores," Dolor y gloria" parece ser la llave maestra, esa que abre todas las puertas; o el capítulo recopilatorio de esa diario/cuaderno. No queremos pensar que se trata de un epílogo. Más que nunca, Almodóvar abre su corazón, sin hacerlo directamente, pareciera poner en pantalla mucho de su propia historia; mucho de su ser, ideas, e idiosincrasia.
Recorre mucho de su filmografía, y de lo que popularmente sabemos de él. Es un drama evocativo, como no podía se de otro modo; pero también es una comedia con desenfado, como no podía de otro modo. Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un director de cine autoretirado, que vive de sus glorias, y bajo las sombras de una película propia que lo marcó en más de un sentido, "Sabor".
Paralelamente, iremos recorriendo dos líneas temporales, el presente, y el pasado, con Salvador como niño (Asier Flores), criado en la pobreza por una madre (Penélope Cruz) que, a su modo, dio todo por ese niño; y una figura paterna (Raúl Arévalo) cuasi ausente.
Los paralelismos entre un período y otro flotan sin necesidad de ser remarcados, el espectador deberá armar en su cabeza el hilo que une un momento con el otro, el aleteo de esa mariposa en el pasado que influye en el presente.
Salvador y Jacinta, la madre; buscan el refugio de ese padre/marido, que les consigue una lugar en las cuevas, al que ella convertirá a puro tesón en un hogar para su hijo.
En la actualidad, Salvador vive sin necesidades económicas, con una asistente (Nora Navas), una encargada de las labores del hogar (Rosalía), y dolores físicos – y de los otros – que lo aquejan. Está recluido en ese hogar, alejado de la luz pública, rechazando invitaciones de presentaciones varias.
Esa prisión en que se convirtieron sus recuerdos, de niño fue la escuela católica a la que Jacinta tuvo que dejar que fuera para darle algún tipo de educación, sin saber qué era lo que hacía.
Redujo a un niño inteligente, con una capacidad educacional potente; en un ignorante, un condenado, un director de cine. La escuela descubrió sus dotes vocales que a la larga no aprovechó, pero que sirvieron para apartarlo del conocimiento.
Eso sí, hay algo que ninguna escuela, ni iglesia, ni represión logró; sus impulsos sexo afectivos hacia otros hombres. A lo largo de las casi dos horas de "Dolor y gloria", Salvador tendrá diferentes encuentros que se articulan como capítulos sin ser expuestos. La remasterización y reposición como film de culto de "Sabor" le marca de algún modo que es tiempo de reconciliación, de dejar atrás y seguir ¿será cierto?
Lo primero que impacta aquí, es la elección del elenco protagónico, con dos figuras que son sus niños más mimados; aquellos a los que él apadrinó, les dio alas para que después vuelen hacia una meca extranjera. Antonio y Penélope son la elección más correcta de "Dolor y gloria". ¿Los vieron caminar a los tres juntos en la alfombra roja de Cannes?
Son como una familia, de esas que se eligen, no de las que se imponen. Mamá Pedro con sus niños. Eso mismo transmite esta cinta. Es recurrente leer y escuchar que tanto el actor de "Átame", como la actriz de "Volver"; cuando se fueron a Hollywood, jamás pudieron recrear ni un poquito del inmenso talento que demuestran en España.
Bueno, "Dolor y gloria" es españolísima. Esa España de la infancia, de mujeres abnegadas, de sombras que se funden sobre un sol que no de tregua y se cuela en cualquier recoveco de la cueva. Una España orillera, sudorosa, estridente, de tradiciones y contrastes internos entre el rigor y la expresión; atraviesa el cuerpo de Penélope Cruz que logra un registro que sólo alcanza cuando se encuentra bajo las órdenes de Pedro.
Penélope es ímpetu, fuerza férrea, pecho y fuego. Una madre dura y cariñosa a la vez, aunque cariñosa no siempre signifique expresiva de ese sentimiento, o comprensiva. En Cruz se traslucen muchas mujeres un país, una cultura.
Banderas tiene, lejos, sus mejores actuaciones de la mano de Almodóvar; y aquí sin dudas alcanza la que muy posiblemente sea la mejor de su extensa carrera. Ese premio a mejor actor en Cannes está más que merecido.
Pose, gestos, decir, sentir. Antonio se para los pelitos y pone los ojos de huevo como Pedro, y las impresiones se confunden. Es una figura triste, frágil, y potente a la vez, que vive y sufre por amor de todo tipo. No es fácil ponerle el cuerpo a Salvador y su travesía de encuentros, y Banderas nunca flaquea, siempre está exacto y manteniendo química con cada uno de sus parteneires.
La misma química que Pedro Almodóvar tiene con sus chiques. Por ahí pasan Leonardo Sbaraglia, intenso, pasional, titubeante, preciso, con una de las mejores escenas de la película. La citada Nora Navas, contenedora, la compañera fiel.
Otras dos integrantes de la familia Almodóvar, Julieta Serrano, Jacinta ya mayor, y es ella, la Serrano como Almodóvar sabe retratarla, tan severa como querible, ida y adorable; y Cecilia Roth, que bien podría auto interpretarse, con una escena muy pequeña pero que le sirve para dejar su colorida huella, siempre fue una diva entre las chicas Almodóvar. A Agustín, el hermano, como siempre, le aguarda una gran aparición especial.
A los Asier vale mencionarlos aparte. Asier Flores es pura ternura, un niño despierto como esos que el director siempre consigue. Con un puñado de escenas para el recuerdo le alcanzan para ser aplaudido. Asier Etxeandia es Alberto Crespo, el amigo y el rencor de Salvador, el protagonista de Sabor, de alguna forma quien marca el quiebre; consigue una química muy sólida, cómplice con banderas, se sabe que no serán parejas, porque son amigos.
"Dolor y gloria" tiene todos los ingredientes para zambullirse en el melodrama barato; y logra salir indemne. Tan emotiva como pura, si logra arrancarnos lágrimas (que lo hará), serán sinceras, honestas, y no necesariamente penosas. Ninguna escena o vuelta está preparada con la sóla función de entrar en el llanto de telenovela, "Dolor y gloria" es la vida misma.
Posee también momentos de comedia sutil, ácida y aguda, escandalosa, de chusmerío; es Almodóvar. Como todo film de su director, a los diálogos articulados con maestría, le suma un lenguaje visual rabioso; lleno de contrastes y detalles. Alguien como Pedro no podía quedarse afuera de la coyuntura feminista actual, y nada de andarse como disimulado, tremenda frase en mural en el centro de un plano largo.
Todo lo que rodea a Salvador habla, desde su ropa, sus lentes, y los adornos de su casa y la de Alberto; dan muchas ganas de ver esa Sabor. Que "Roma" de Alfonso Cuarón sí, que "Roma" no; con no más de diez minutos de intervención de la empleada doméstica compuesta por Rosalía, le alcanza para superar al extenso film del mexicano.
La posición de escucha en las conversaciones, sus frases, y un delantal; esta Rosita marca cancha. "Dolor y gloria" es un film para saborear, para emocionarse y llorar, para conmovernos, reírnos, y dejar volar nuestros recuerdos. Pedro Almodóvar se pone en carne viva, juntó a parte de su familia para que lo conozcamos un poco más, y así, tan abierto como es, nos lleva también a que nos planteemos nosotros mismos frente a nuestras relaciones y nuestro pasado.
No es fácil decirlo, pero estamos ante uno de los mejores films dramáticos del director. "Dolor y gloria" es una película que no se olvida.