Dolor y Gloria: Sin el cine, mi vida no tiene sentido.
Lo nuevo de Pedro Almodóvar está lleno de cosas que el cineasta quiso decir pero nunca dijo sobre sí mismo. Tras una película que parece sencilla, se encuentra una historia autorreferencial, compleja pero de fácil acceso y repleta de recursos metanarrativos.
Cada nueva obra de Almodóvar revoluciona el cine actual, por lo menos en el ámbito europeo y, parece ser, que su película más personal, directa y dolorosa, no es la excepción. La misma nos muestra a un director de cine, afligido por terribles dolores, tanto físicos como emocionales, que lo tienen en el final de su carrera, o quizás de su vida también.
Así comienza un camino retrospectivo en el que se reencuentra, en el presente y en los recuerdos, con personas y momentos importantísimos de su historia. El autor se propone mostrar su vida protagonizada por el sufrimiento, los dolores crónicos, los reencuentros, los recuerdos, las pérdidas, las compañías y la necesidad de redención.
Pedro Almodóvar presenta la obra más personal de su carrera, tratando la autoficción de manera intensa pero sin caer en el egocentrismo extremo. El autor se desnuda sin reparo alguno, cuenta cosas que nunca había contado, desde una ficción muy cuidada que se mezcla con sus propios recuerdos.
La historia narra la vida de Salvador Mallo, un cineasta que vivió la gloria en los 80´s y que ahora, en un stop creativo debido a unos terribles dolores crónicos, recibe la invitación de la Cinemateca de Madrid para proyectar su película “Sabor”, hecha 32 años atrás (lo cual es una clara reminiscencia a “La ley del Deseo”, el film de Almodóvar que cumple 32 años también). Charla con Cecilia Roth (que sólo tiene ese cameo) y se contacta con el actor de esa película, Alberto Crespo (Asier Etxeandia), con quien estuvo peleado desde esa filmación. En ese reencuentro, Salvador prueba la heroína y la comienza a consumir para aliviar sus constantes dolores.
Ese consumo, que se torna habitual, lo hace rememorar a su madre cuando él era sólo un niño, durante la etapa en la que vivían en una casa-cueva de Paterna, su amor por la literatura y su primer fantasía sexual, lo que se intercala con los recuerdos más recientes de su madre, cuando la cuidó en sus últimos días de vida. Además, también se reencuentra con el amor de su juventud, Federico (Leonardo Sbaraglia).
Es el retrato de una persona a la que le queda hacer las paces con los suyos y consigo mismo, como un proceso de redención. Los personajes tienen mucho de onírico, donde el caso de la madre es el más representativo, que hace que en las escenas finales, uno se pueda replantear toda la película. Así, no explica en demasía, dejando librado a la imaginación del espectador lo que realmente sucedió a partir de esos recursos metanarrativos, que tanto gustan al director.
Antonio Banderas hace del ‘alter ego’ de Almodóvar. Ganador de la Palma de Oro al Mejor Actor, interpreta al cineasta en una versión ficcionada, con movimientos suaves, tic nerviosos, formas de vestir y densos diálogos, con una pasión que denota su devoción por la actuación en el cine español y el amor que existe entre el director y Banderas (ya trabajaron juntos en 6 películas).
Asier Etxeandia tiene un monólogo teatral que, además de emocionar hasta las lágrimas, se convertirá en un discurso clásico en el cine almodovariano.
Penélope Cruz, es la madre de Salvador cuando éste es pequeño. La actriz que siempre hace de madre en las películas de Almodóvar, logra emocionar hasta las lágrimas con su interpretación. Julieta Serrano es su madre en los últimos años.
La historia fluye naturalmente gracias a un guion muy trabajado, alivianando la compleja estructura de la película. Almodóvar se expone a través de Salvador en un todo: el departamento es igual a la casa del autor (dicen), los dolores crónicos que padece, la vestimenta, la saturación en la paleta de colores, los gustos cinematográficos (aparece “La niña santa” de Lucrecia Martel en la TV).
“Dolor y Gloria” es una película dura, pasional, emotiva y dolorosa que toca temas en profundidad, permitiendo distintas lecturas, como el dolor, el ocaso de una carrera y la redención. Propiamente, es el alma de Almodóvar, tratada con una estética simple y una narrativa dual, entre lo real y lo onírico, entre el final y el renacer, que sólo los grandes pueden lograr. Esta película demuestra que todo artista es un poco narcisista y lo fácil que es agarrarse fuerte del dolor, cuando la gloria está a la misma distancia.