Van treinta y seis rodajes. Podría llegar a parecer que éste es ya de los últimos, pero Almodóvar está en plena forma y esplendor. Luego de varios títulos, quizá no tan potentes como los de los años 90, rescata lo mejor de cada rasgo de su cine y nos trae una gran historia sobre un director que ha sabido tener fama pero que está pasando por una crisis existencial.
Salvador Mallo (Antonio Banderas) es el director de “Sabor”, film que hace 32 años hizo despegar su carrera. Cuando lo convocan desde la Filmoteca Española para proyectarla y que él junto al protagonista Alberto Cuevas (Asier Etxeandía) asistan al coloquio posterior, Salvador lo busca a pesar de no hablarse durante todo ese tiempo. El reencuentro tiene algo de tragicómico y la introducción de Salvador a la heroína (el “caballo”, dicho coloquialmente). Sus diversos problemas de salud hallan un alivio al encontrarse con esta droga, en los que somos testigos de recortes de infancia, la vida en el pueblo y el nacimiento del primer deseo.
Su historia con Federico Delgado (Leonardo Sbaraglia) halla su cierre cuando se encuentran de manera fortuita en Madrid, en la que Alberto interpreta el texto “La adicción”, de Salvador. Federico se reconoce en él. Tuvieron tres años de relación en su juventud pero Federico ahora está casado con hijos, viviendo en Argentina. Su reencuentro es apasionado y emocionante.
Mercedes (Nora Navas) es su asistente, que lo apoya en todo, sigue su agenda y lo acompaña al médico. Es un personaje clave, similar a muchos secundarios de peso en su filmografía, como lo han sido Loles León y Rossy de Palma.
Salvador niño mantiene una hermosa relación con su madre Jacinta (Penélope Cruz), en la que ella le abre los ojos frente a la ventaja que tiene ante a los demás en el pueblo.
Salvador enseña a Eduardo, el albañil, a leer y escribir y, a cambio, él termina de arreglar la cocina. Eduardo hace un dibujo de Salvador en una bolsa de cal y éste, por azar o conexión cósmica, vuelve a Mallo treinta y dos años después. Su madre en la vejez (Julieta Serrano), como suele suceder entre la gente mayor, no se guarda nada. Aquí el personaje de Jacinta nos recuerda a Irene (Carmen Maura) en “Volver”, de 2006, una mujer de época con unos valores intachables. Le reprocha a Salvador que no ha sido un buen hijo, que sufrió mucho la soledad.
El agua como elemento purificador está presente desde la secuencia inicial en la que Salvador está sumergido en una pileta rememorando su infancia en el río, donde las mujeres lavaban la ropa y cantaban, hasta la palangana en la que se lava Eduardo (César Vicente), donde la inocencia termina perdiéndose definitivamente.
La vida de Salvador es una narración de varias capas que van relatando sus relaciones más significativas, hasta destrabar esa crisis y volver al ruedo. Era necesario reconciliarse con los grandes amores de su vida pero sobre todo con él mismo.
Las interpretaciones de Penélope Cruz junto a Raúl Arévalo en las escenas de comedia costumbrista son enternecedoras, evocando el neorrealismo italiano. Julieta Serrano, ya en su vejez, le aporta una dosis de hiperrealismo a su interpretación en esta etapa de la vida tan compleja. Probablemente lo más destacable de la interpretación de Banderas es que dejamos de ver al actor para ver al personaje, al que se le escapan gestos y manierismos absolutamente almodovarianos. Leonardo Sbaraglia sorprende en el papel de ex amante en una entregada interpretación, cruda y apasionada. Por su parte, Asier Etxeandía es el encargado de interpretar al aliado de Salvador, que nos recuerda al Eusebio Poncela de “Martín (Hache)” (Aristarain,1997) por su arrollador encanto para conseguir lo que quiere.
El diseño de Juan Gatti de toda la cartelería es inconfundible, junto a la banda sonora original de Alberto Iglesias, siempre aliados del director. La ambientación es de una típica casa Almodóvar: decoración kitsch, paredes colmadas de cuadros, lámparas retro, cerámicas catalanas y una paleta de colores vibrantes. Los floreros que aparecen por toda la casa formaron parte de una exhibición fotográfica “Bodegones Almodóvar”, en la Fresh Gallery de Madrid en 2018. El vestuario, colorido, amplio, ochentoso y algo psicodélico es, probablemente una de sus marcas de estilo más reconocibles.
Como tema principal de la película, el manchego escogió “Come sinfonia”, (1961) de Mina Mazzini, una exquisita y melancólica canción para retratar la infancia del protagonista en Paterna (Valencia) y, como es costumbre hace años, se incluye la música de Chavela Vargas para recordar el desgarro del amor romántico.
Desde aquella cueva de Paterna, Salvador y su madre miran al cielo, esperando un futuro mejor. La figura del padre apenas aparece, para resaltar que era la mujer quien llevaba las riendas de la familia. Esto está presente en toda la filmografía del director.
El director ha declarado que no se trata de una película autobiográfica, pero hay muchos puntos en común con su experiencia de vida: su trayectoria como director, su vida en Madrid, sus relaciones con los actores. No así la relación con su madre ni las enfermedades que aquí se retratan, si bien hay similitudes. Quizá esto no se trate aún de una despedida.
Aquí se trata de volver a la vida, sin rencores.