Duccio Chiarini construye una dramedia en la cual la vida cotidiana se rompe, dejando entrever todas sus imperfecciones. El universo del relato se enmarca en torno a cuatro parejas: Guido y Chiara, Pietro y Lucia, Dario y Tania, y los padres del protagonista, Gioietta y Alberto. El pase de comedia que funciona como disparador es un accidente durante una relación sexual entre Guido (Daniele Parisi) y Chiara (Silvia D´Amico). Él, que ronda los cuarenta, se cuestiona si debería ser padre. Chiara tiene otros proyectos y ambiciones, por lo que le pide unos días para decidir si continúan o no la relación. A partir de este hecho, Guido comienza a rotar de sillón en sillón, tanto de sus amigos como de sus padres (Milvia Marigliano y Sergio Pierattini). Guido es producto de esta época: algo hipocondríaco, egocéntrico, dependiente de su madre. Como académico imparte clases de literatura en la universidad pero prefiere dedicarse a la investigación, pues siente un prejuicio respecto de su profesión. La relación de sus padres refleja la etapa del amor en la tercera edad: expuesto de manera realista, plagado de humor y con pizcas de algún tipo de sentimentalismo. Su amigo Dario, el más inmaduro del grupo e incapaz de mantener una relación estable, asume sin tener información que Guido está siendo engañado. Los avatares de la vida no permiten que este se cuestione si es su deseo real tener un hijo y educarlo, o si debe hacerlo por mero mandato social. En aquellos momentos de soledad en los cuales el protagonista es mero testigo de las relaciones amorosas de sus conocidos, nos hace cómplices a los espectadores de una necesaria reflexión sobre la complejidad de relaciones humanas, aquellas que escapan de todos los preceptos tradicionales en una era de pantallas y falta de atención. El director presenta a los personajes femeninos desde la óptica de la mujer moderna en todas sus vertientes: la independencia profesional, la maternidad y el amor. No temen expresar sus opiniones ni están doblegadas al accionar de sus parejas. Desde Lucia, esposa de su amigo Pietro y colega de profesión, pasando por Chiara, Tania, Roberta e incluso la madre del protagonista. Charini también realiza una firme crítica, mediante el personaje de Lucia, acerca de cómo la maternidad supone para la mujer la reducción de oportunidades profesionales, con una modificación indefectible de imagen y capacidades. El huésped, entonces, aborda temas como la falta de compromiso por parte de los hombres o el enamoramiento por fuera del matrimonio. A partir de un vuelco de la historia, Guido deberá sopesar qué es realmente importante en su vida y qué decisiones tomar al respecto. La puesta en escena se desarrolla, sacando los interiores de las casas transitadas por el personaje principal, en las calles, en la universidad, en los parques de la ciudad. Es naturalista y, en un punto, intimista por su elección de planos medios y cortos. De tal modo nos queda un relato contemporáneo de una generación que no está dispuesta a dejar de lado sus ambiciones por un modelo tradicional de familia, tampoco por unos mandatos sociales vetustos. Chiarini plantea el interrogante: ¿Estos personajes realmente eran felices o simplemente estaban cómodos? Guido deberá aprender a transitar la vida deteniéndose en los detalles.
Fourteen, dirigida por Dan Sallitt, se desarrolla en la ciudad de Nueva York, sin que esta tome el protagonismo al que algunos films nos tienen acostumbrados. La historia se centra en la relación de amistad durante la veintena y la treintena entre dos amigas de la infancia, Jo (Norma Kuhling) y Mara (Tallie Medel). Jo es asistente social y Mara es maestra de primaria. Jo es rubia, alta, distraída. Mara es morocha, de baja estatura, centrada. El relato presenta las asimetrías de esta relación mediante secuencias contrapuestas de las protagonistas. La dinámica entre ellas, al menos en apariencia es entrañable, aunque en ocasiones poco equitativa. Sallitt decide narrar desde el punto de vista de Mara. Durante la primera parte de la historia el espectador puede llegar a la conclusión de que Jo es caprichosa y errática, mientras que Mara suele ceder ante sus presiones dado que es incondicional a ella, capaz de dejar de lado todo para ir en su ayuda en reiteradas ocasiones. A medida que avanza el relato las situaciones de este tipo van en aumento, aunque de manera sutil, delicada, casi imperceptible. Un rasgo distintivo de esta generación es que ellas no logran conectar con los hombres. No se esfuerzan para construir una relación. No forman parte de los modelos arquetípicos de mujer entregada y sacrificada sino todo lo contrario. Jo salta de una relación a otra y de un trabajo a otro y nunca está sola, mientras que Mara procura mantenerse acompañada durante más tiempo pero no lo consigue con la misma facilidad. Los personajes secundarios como los padres, los novios y los amantes son apenas interlocutores con los cuales se observa interactuar a Mara para tener su momento de desahogo sobre el comportamiento de Jo, que claramente ha llegado a representar toda una preocupación, un peso en su vida. Mara envidia tanto la forma de generar vínculos como la inteligencia de su amiga. Aquella persona desordenada en sus hábitos y relaciones hace que se denigre a sí misma en la inevitable comparación. Tiene un preconcepto de divinidad acerca de Jo que solo juega en su propio detrimento. En una reinvención del subgénero mumblecore, el estilo de la narración es puramente conversacional. Es mediante esta técnica que Sallitt emplaza su crítica a las instituciones y al modelo capitalista, desencanto de toda una generación que se esfuerza al máximo estudiando y trabajando para alcanzar una vida que ni siquiera sabe si quiere. La temática resuena a muchas otras películas, pero con un logrado tratamiento mediante puestas muy teatrales, una estética naturalista, planos estáticos y largos; todo esto acompañado por sólidos diálogos que logran captar la atención del espectador. Como recurso temporal, el director utiliza elipsis indefinidas, otro rasgo muy teatral. El regreso al lugar de la infancia, tanto físico como mental, representa para ambas un recuerdo exento de melancolía. Sallitt cuestiona los preceptos de la amistad a través de la profunda relación entre Mara y Jo. La película logra exponer, sin dramatismo, el inexorable paso del tiempo en las relaciones interpersonales.
En el contexto de una pandemia que azota a la humanidad, Laura (Jazmín Stuart) y Augusto (Agustín Rittano), una pareja de treintañeros, inician un viaje en motorhome. La decisión de partir fue tomada unos días atrás, dejándole su casa a una pareja de amigos (Lucila Mangone y Martín Garabal), único vínculo con el exterior. Laura quiere quedarse en la ciudad pensando que es lo más seguro mientras que Augusto demanda emprender la retirada a una casa (de la que no se sabe nada, apenas se menciona). Ambos tienen sus motivos que se irán develando a lo largo del trayecto. Tóxico es una road movie apocalíptica con elementos de humor negro, dirigida por Ariel Martínez Herrera. En este paisaje veremos filas para hacer compras donde todos usan barbijo y médicos forenses que levantan cuerpos de casas cuyas fachadas han sido marcadas. En una caricaturesca escena, la consulta médica a la que acude Laura está repleta de pacientes que reclaman tratamiento; una notoria crítica acerca del deficiente sistema de salud que no está preparado para una epidemia. El panorama es incierto: el aislamiento ha llevado al pánico, a la desobediencia civil mediante saqueos, a la represión policial, a la desidia. Incluso al asesinato de familiares, además de suicidios. Augusto es un ser metódico y ansioso mientras que Laura sabe atemperar sus preocupaciones. Se discute acerca de la convivencia en el motorhome: el uso de barbijos, compartir el mate, tener relaciones sexuales, adaptarse a la nueva realidad hasta llegar a destino. La amenaza exterior no tarda en llegar: las fuerzas de seguridad intervienen, abusan de su poder y se van. El escepticismo y la depredación oportunista se ven exacerbados por la paranoia de Augusto, que cree ver espías en todos lados, extremando las medidas de higiene y aislamiento del mundo exterior. Ante el agotamiento de recursos, se toman medidas desesperadas. Hay explosiones de puentes y violentos enfrentamientos entre vecinos, con la desconfianza como enemigo principal. El clima de tensión se sostiene mediante la utilización de planos cerrados que generan opresión, música coral, voces en off e imágenes distorsionadas. También sobresalen tintes irónicos en los diálogos, que buscan la complicidad del espectador. El encuentro en un pueblo abandonado con un pintoresco empleado de la estación de servicio (Alejandro Jovic) modifica la dinámica de la pareja por su particular filosofía de vida. Este les genera interrogantes, busca métodos para evadirlos del tiempo, los hace reflexionar sobre la naturaleza con sustancias psicotrópicas. Augusto lleva mucho tiempo sin dormir. El acostumbramiento a la nueva realidad provocará desconcierto y conductas insospechadas. Las noticias de la ciudad no son alentadoras. El futuro es un concepto difuso y abstracto, las teorías conspirativas se multiplican. El destino final parece cada vez más lejano. La película, que contiene guiños a 1984 de Orwell, deja postales desoladoras aunque bellas. Se aborda el tema de la incomunicación (humana y tecnológica) y el de los absurdos rituales cotidianos que llevamos a cabo en el conjunto de la sociedad. La crítica a las instituciones, a los oscuros mecanismos de control, a cómo reaccionamos ante situaciones límite para protegernos y a la vez cuidar del otro, se hace quizá demasiado presente. Martínez Herrera concibió la idea de la película mucho tiempo antes del contexto actual, es por eso que resulta por lo menos interesante. Decir que la realidad supera a la ficción, en este caso, parece más que pertinente.
La Gomera es una coproducción de Rumania, Francia, Alemania y Suecia. Está dirigida por Corneliu Porumboiu, ganador de la Cámara de Oro en Cannes por Bucarest 12:08. En esta ocasión cambia de su tradicional registro poético por uno policial con trasfondo romántico ambientado entre España, Rumania y Singapur. La película se presentó en el pasado Festival de Cannes. La gomera es “la perla de las Islas Canarias”, a donde llega Cristi (Vlad Ivanov), un policía cincuentón, tras la petición (o chantaje, según como se vea) de Gilda (Catrinel Marlon), una bella mujer que viste siempre de rojo, a la que conoció un año atrás y con la que tuvo un encuentro sexual. Con “Passenger” de Iggy Pop de fondo lo recibe Kiko (Antonio Buil), un español que forma parte de la banda con la que va a trabajar. La misma es liderada por Paco (el catalán Agustí Villaronga). El relato está estructurado en base a la introducción de sus personajes. Cada uno de ellos abre una supuesta nueva respuesta acerca de sus motivos para actuar de la forma en que lo hacen. Mediante flashbacks se va configurando este puzzle que nos permite entrever las relaciones de poder y el cambio de roles entre los mafiosos y las fuerzas de seguridad. Durante la película escuchamos hablar indistintamente en inglés, rumano y español. En una casa de verano, Cristi debe aprender un lenguaje de silbidos para comunicarse a la distancia con el resto del grupo y así despistar a la policía. Durante su entrenamiento tiene ciertas dificultades para desempeñarlo correctamente, lo cual introduce varios momentos de comedia dentro de un relato sobrio e impredecible. El equipo toma esta práctica de los guanches, primeros habitantes de la isla canaria de Tenerife, creadores de este particular lenguaje. Lo que Cristi no sabe es que este silbido se convertirá en una herramienta fundamental en su vida. Desconocemos por qué, pero Cristi es vigilado en su propia casa las 24 horas por cámaras de vigilancia, motivo por el cual está siempre alerta y paranoico, tanto en su lugar de trabajo como en su propio domicilio. Es una persona que no confía en nadie, siempre está alerta de lo que sucede a su alrededor ya que tiene muchos asuntos turbios que no puede permitir que salgan a la luz. El Motel Ópera es uno de los escenarios donde Cristi lleva a cabo sus negocios y su conserje es un personaje que resalta por su peculiar conducta, la cual es un claro homenaje al cine de Alfred Hitchcock. Otro guiño al espectador cinéfilo es cuando Cristi cita a Magda en la Cinemateca y ella se queda a ver la película, un western. Más adelante en el relato también aparecerá un set de filmación abandonado ambientado en ese género. La madre de Cristi demuestra preocupación por él porque no está casado; el dinero sucio que se encuentra lo termina donando a la Iglesia, demandándole a su hijo que vaya a confesarse por sus pecados. Exactamente lo mismo que le impondrá su jefa, Magda (Rodica Lazăr), que también tiene actitudes corruptas. Esto nos deja con la conclusión de que no se puede realmente confiar en nadie. Los Jardines de la Bahía en Singapur son la locación seleccionada para cerrar el relato, un encuentro con la música clásica. La banda sonora está compuesta especialmente por este género musical con “El cascanueces”, “La ópera de los tres centavos” de Brecht interpretada por Ute Lemper, pero también por temas de la mexicana Lola Beltrán y de la francesa Jeanne Balibar. El director forma parte del denominado Nuevo Cine Rumano, cinematografía que se caracteriza por su revisionismo histórico y una puesta y diálogos propios del realismo social. El movimiento dio su puntapié inicial a fines de los años 80 con la caída del régimen totalitario del socialista Nicolae Ceaușescu y todo lo que implicó para el pueblo rumano. El cortometraje Trafic, de Cătălin Mitulescu fue ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2004. También se insertan dentro de esta corriente películas como La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu (2005), y 4 meses, 3 semanas, 2 días de Cristian Mungiu (2007). Porumboiu ideó el relato, definido por él mismo como un neonoir, tras conocer la práctica ancestral del Silbo Gomero, utilizada hasta la actualidad en la isla canaria. Antes de obtener reconocimiento con Bucarest 12:08, el realizador y guionista rumano ya había dirigido seis cortometrajes. Posteriormente dirigió Policía, adjetivo (Politist, adjectiv, en 2009) y la comedia El tesoro (Comoara, en 2015). También incursionó en el género documental centrado en el deporte: El segundo juego (Al doilea joc, de 2014) y Fútbol infinito (Football infini, de 2018). En La gomera, su deliberado cambio de registro, Porumboiu logra aquella conexión con el espectador, expresada por Tarkovski como “lenguaje emocional y contagioso del arte”.
Van treinta y seis rodajes. Podría llegar a parecer que éste es ya de los últimos, pero Almodóvar está en plena forma y esplendor. Luego de varios títulos, quizá no tan potentes como los de los años 90, rescata lo mejor de cada rasgo de su cine y nos trae una gran historia sobre un director que ha sabido tener fama pero que está pasando por una crisis existencial. Salvador Mallo (Antonio Banderas) es el director de “Sabor”, film que hace 32 años hizo despegar su carrera. Cuando lo convocan desde la Filmoteca Española para proyectarla y que él junto al protagonista Alberto Cuevas (Asier Etxeandía) asistan al coloquio posterior, Salvador lo busca a pesar de no hablarse durante todo ese tiempo. El reencuentro tiene algo de tragicómico y la introducción de Salvador a la heroína (el “caballo”, dicho coloquialmente). Sus diversos problemas de salud hallan un alivio al encontrarse con esta droga, en los que somos testigos de recortes de infancia, la vida en el pueblo y el nacimiento del primer deseo. Su historia con Federico Delgado (Leonardo Sbaraglia) halla su cierre cuando se encuentran de manera fortuita en Madrid, en la que Alberto interpreta el texto “La adicción”, de Salvador. Federico se reconoce en él. Tuvieron tres años de relación en su juventud pero Federico ahora está casado con hijos, viviendo en Argentina. Su reencuentro es apasionado y emocionante. Mercedes (Nora Navas) es su asistente, que lo apoya en todo, sigue su agenda y lo acompaña al médico. Es un personaje clave, similar a muchos secundarios de peso en su filmografía, como lo han sido Loles León y Rossy de Palma. Salvador niño mantiene una hermosa relación con su madre Jacinta (Penélope Cruz), en la que ella le abre los ojos frente a la ventaja que tiene ante a los demás en el pueblo. Salvador enseña a Eduardo, el albañil, a leer y escribir y, a cambio, él termina de arreglar la cocina. Eduardo hace un dibujo de Salvador en una bolsa de cal y éste, por azar o conexión cósmica, vuelve a Mallo treinta y dos años después. Su madre en la vejez (Julieta Serrano), como suele suceder entre la gente mayor, no se guarda nada. Aquí el personaje de Jacinta nos recuerda a Irene (Carmen Maura) en “Volver”, de 2006, una mujer de época con unos valores intachables. Le reprocha a Salvador que no ha sido un buen hijo, que sufrió mucho la soledad. El agua como elemento purificador está presente desde la secuencia inicial en la que Salvador está sumergido en una pileta rememorando su infancia en el río, donde las mujeres lavaban la ropa y cantaban, hasta la palangana en la que se lava Eduardo (César Vicente), donde la inocencia termina perdiéndose definitivamente. La vida de Salvador es una narración de varias capas que van relatando sus relaciones más significativas, hasta destrabar esa crisis y volver al ruedo. Era necesario reconciliarse con los grandes amores de su vida pero sobre todo con él mismo. Las interpretaciones de Penélope Cruz junto a Raúl Arévalo en las escenas de comedia costumbrista son enternecedoras, evocando el neorrealismo italiano. Julieta Serrano, ya en su vejez, le aporta una dosis de hiperrealismo a su interpretación en esta etapa de la vida tan compleja. Probablemente lo más destacable de la interpretación de Banderas es que dejamos de ver al actor para ver al personaje, al que se le escapan gestos y manierismos absolutamente almodovarianos. Leonardo Sbaraglia sorprende en el papel de ex amante en una entregada interpretación, cruda y apasionada. Por su parte, Asier Etxeandía es el encargado de interpretar al aliado de Salvador, que nos recuerda al Eusebio Poncela de “Martín (Hache)” (Aristarain,1997) por su arrollador encanto para conseguir lo que quiere. El diseño de Juan Gatti de toda la cartelería es inconfundible, junto a la banda sonora original de Alberto Iglesias, siempre aliados del director. La ambientación es de una típica casa Almodóvar: decoración kitsch, paredes colmadas de cuadros, lámparas retro, cerámicas catalanas y una paleta de colores vibrantes. Los floreros que aparecen por toda la casa formaron parte de una exhibición fotográfica “Bodegones Almodóvar”, en la Fresh Gallery de Madrid en 2018. El vestuario, colorido, amplio, ochentoso y algo psicodélico es, probablemente una de sus marcas de estilo más reconocibles. Como tema principal de la película, el manchego escogió “Come sinfonia”, (1961) de Mina Mazzini, una exquisita y melancólica canción para retratar la infancia del protagonista en Paterna (Valencia) y, como es costumbre hace años, se incluye la música de Chavela Vargas para recordar el desgarro del amor romántico. Desde aquella cueva de Paterna, Salvador y su madre miran al cielo, esperando un futuro mejor. La figura del padre apenas aparece, para resaltar que era la mujer quien llevaba las riendas de la familia. Esto está presente en toda la filmografía del director. El director ha declarado que no se trata de una película autobiográfica, pero hay muchos puntos en común con su experiencia de vida: su trayectoria como director, su vida en Madrid, sus relaciones con los actores. No así la relación con su madre ni las enfermedades que aquí se retratan, si bien hay similitudes. Quizá esto no se trate aún de una despedida. Aquí se trata de volver a la vida, sin rencores.
En la carrera de Isabel Coixet destacan historias de drama en las cuales están impresas sus obsesiones estilísticas atravesadas especialmente por el fenómeno de la incomunicación, ya sea en la amistad, el romance, el advenimiento de la muerte o en la cultura asiática (“Cosas que nunca te dije”, “Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Mapa de los sonidos de Tokio”). En esta adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald, Coixet recurre una vez más a una exquisita dirección de arte para recrear el fin de los años 50 en el británico pueblo de Harborough, apático y frío, tanto climática como culturalmente. La historia comienza cuando Florence Green (Emily Mortimer), una joven mujer viuda, extremadamente sensible pero bien plantada, decide abrir su propia librería en un terreno conocido como The Old House. Debe encarar a la alta sociedad, encabezada por Violet Gamart (Patricia Clarkson), quien controla las decisiones que se toman en el pueblo, convirtiéndose en su principal adversaria. Milo North (James Lance) es un interesado colaborador de esta familia para, lentamente ir derribando mediante sucias estrategias los logros de la librera. Florence, a primera vista, puede parecer una mujer ingenua, pero es muy consciente de la situación a la que se enfrenta. En todo caso, es un personaje con muchos matices que la convierten en una idealista y tenaz luchadora. Entre sus pocos aliados en esta batalla, Florence cuenta con el Sr. Brundish (Bill Nighy), un hombre viudo y ermitaño desde hace 45 años, de quien se rumorean muchas historias pero ninguna es cierta. Ella entabla una amistad con él, haciéndole conocer nuevos libros (destacando la obra de Ray Bradbury), pidiéndole consejo acerca de si debe atreverse a vender en el pueblo la polémica novela de Nabokov, “Lolita”. Ambos se tienen una admiración y una confianza inquebrantables, pues se reconocen como iguales en su soledad y amor por la literatura. Aquí, por muchos motivos, el romance es puramente platónico, pero no por eso deja de ser entrañable. Christine (Honor Kneafsey), una niña de 12 años proveniente de una humilde familia, comienza a trabajar en la librería y, a pesar de su rebeldía, toma las enseñanzas de Florence tanto a nivel nivel literario como humano. La librera la inspira para vivir su vida con su misma determinación y dedicación, lejos de los prejuicios y del pueblo. Las figuras femeninas de Coixet, sean amables como Florence o mezquinos como Violet, están empoderadas. Son mujeres libres que no dudan en llevar a cabo sus objetivos. Es otro rasgo estilístico de la realizadora, que, como feminista, dota a sus personajes de pasión y compromiso por lo que hacen. La película, ganadora de varios premios Goya, está dedicada a John Berger, a quien la directora admira profundamente y ha sido una gran influencia en sus diferentes trabajos. La librería de Coixet es una obra que retrata de manera crítica y sentimental, una época y una palabra: coraje.