Salvador Mallo es un director de cine entrado en años que como Marcello Mastroiani en 8 ½ (Federico Fellini – 1963) no le surgen ideas para una nueva obra y recuerda su vida pasada. También al igual que Nanni Moretti en Caro Diario (1993), va de médico en médico realizándose análisis para curar sus dolencias. Pedro Almodóvar, en su madurez, se regala una autobiografía en una película de hombres: los protagonistas, los primeros planos, los amores, los besos y hasta los desnudos son de ellos. Los créditos iniciales son un laberinto colorido de líneas ondulantes, al estilo Van Gogh, como reflejo de las migrañas que aquejan al protagonista y de los recónditos recovecos de su mente que traen a la superficie imágenes de su niñez.
En el inicio se lo ve a Banderas (Mallo) sumergido en una piscina con todas las connotaciones de liberación y purificación que trae aparejada una inmersión. Acaso un homenaje a La Niña Santa (Lucrecia Martel – 2004), cuyas imágenes son reproducidas más tarde en un televisor. A partir de allí comienzan las rememoraciones y los reencuentros con personajes que sellaron su vida: su madre, el primer deseo, su gran pasión de juventud, un actor con el que tiene un vínculo de amor y odio, una amiga incondicional. En el desarrollo desfilan sus grandes amigos y colaboradores de siempre como Cecilia Roth, en una breve pero acertada intervención, Julieta Serrano, la superiora de Entre tinieblas (1983) y los incondicionales Penélope Cruz y Antonio Banderas (premiado en Cannes por su gran labor). A ellos se les suman los debutantes bajo la batuta del director manchego, Leonardo Sbaraglia, Nora Navas y Asier Etxeandia. Todos impecables en la actuación.
Tres escenas sobresalen por sobre el resto. Por su dimensión actoral, el monólogo a cargo del personaje que representa Etxeandia mientras representa la obra que le escribió Salvador, es un “tour de force” merecedor de los mayores elogios. El reencuentro del director luego de más de treinta años con su viejo amor, Sbaraglia, por sus connotaciones emotivas que aluden a la nostalgia y a las penas del corazón. Por último, las sucesivas secuencias junto a su madre previas a su muerte, por los diálogos chispeantes en las cuales se entremezclan pases de factura y situaciones bizarras no exentas de humor.
Dolor, por los achaques que trae aparejada la vejez y gloria por los éxitos pasados, es un recorrido por la filmografía y las temáticas del director de La ley del deseo. Están presentes el abuso de las drogas, la homosexualidad, la figura de la madre, la estricta educación religiosa, el color como forma de expresión (El departamento de Mallo tan recargado bordeando lo kitsch) y hasta el infaltable bolero, en este caso a cargo de Chavela Vargas. Almodóvar al ciento por ciento con el toque de calidad y particularidad que lo caracteriza. Valoración: Muy buena