Un extraordinario Antonio Banderas en el mejor trabajo de su vida.
Aunque uno se resista, a la larga se termina rindiendo ante al menos alguna película de Pedro Almodóvar, un tío que ha alcanzado la cima de su arte y que puede resolver cualquier problema técnico –o estético– que le presente el cine.
Dicho de otro modo, puede hacer lo que quiera. Y desde hace un tiempo ha transformado sus películas en un álbum autobiográfico.
“Dolor y gloria” está más cerca de la fallida “Los abrazos rotos” pero el grado de precisión emocional, la amabilidad con la que Almodóvar construye al protagonista (un extraordinario Antonio Banderas, en el mejor trabajo de toda su carrera aunque suene a lugar común) y la aparición de un humor con sordina, más alejado de la ironía que en, por ejemplo, el final de “La piel que habito” hacen del film eso que sólo un gran cineasta logra: un pedazo de vida.