Dolor y gloria es la nueva película del director de cine y guionista español Pedro Almodóvar, la vigesimoprimera de su extensa filmografía, de la que se destacan títulos como Mujeres al borde de un ataque de nervios, Tacones lejanos, Todo sobre mi madre o Volver, siendo Julieta de 2016 su última realización. En esta ocasión el cineasta español cuenta con varios de sus actores tradicionales, como Antonio Banderas, Penélope Cruz o Cecilia Roth, más algunos con los que no había trabajado previamente, como los casos de Leonardo Sbaraglia o Nora Navas.
La historia de Dolor y gloria gira en torno a la vida de Salvador Mallo (Banderas), un director de cine en su ocaso, deteriorado mayormente por una sumatoria de problemas físicos. Algunos de ellos fuertemente vinculados a sucesos de su infancia, la cual parece estar más presente que nunca, sumado a una serie de eventos acontecidos en las décadas siguientes que también comienzan a aflorar. Una de las razones es la restauración de Sabor, un filme que realizó 30 años atrás, y que representó en su momento el distanciamiento con Alberto (Asier Etxeandia), quien además de ser protagonista de este, era su amigo. El paso del tiempo lleva a la reflexión a Salvador, quien decide reencontrarse con Alberto, hacer las pases, e invitarlo a la presentación de la restauración de la película en cuestión. Pese a parecer una buena idea en su concepción previa, los problemas de la actualidad de Salvador, sumado a aquellos no resueltos del pasado, y la dura instancia y complejidad de afrontarlos, no le serán gratos en absoluto.
Podemos decir, en algún sentido, que Dolor y gloria se puede dividir en dos partes; en la inicial, Almodóvar presenta tanto a un personaje central, como a una trama sumamente interesantes, valiéndose de todos los recursos a su alcance para hacerlo, para mostrarnos con claridad el momento que pasa el protagonista, y la serie de conflictos que lo aquejan. Intercalando su presente, con sucesos de su infancia, Almodóvar nos cuenta la vida de Salvador Mallo, aquello que más lo marcó en sus primeros años, y la realidad que vive en la actualidad. La dinámica es exacta, ya que sin apuros, ni lagunas, nos introduce en un relato convincente, demostrando aquello que sabe hacer más que bien. Los problemas afloran en la segunda parte, donde el realizador español por momentos hace agua, algo que, al menos bajo mi entendimiento, le viene pasando en sus últimos largometrajes. Por un lado no puede escapar de sus fantasmas, de ciertos elementos que siempre usó, y que además de hacer su cine repetitivo, resultan innecesarios para la construcción misma del entramado de la historia, sin obviar que en la actualidad tienen menos valor que el que pudieran haber tenido hace 20 o 30 años. A su vez todo lo referido al desenlace no termina de ser convincente, y sobre su segunda parte se hace por momentos densa y un poco sosa, carente de sustancia. Esto no quita el valor de su primera mitad, pero no deja de ser un inconveniente, y que a la vez deja un sabor amargo, que hace sentir a uno que las mejores realizaciones de Almodóvar fueron hace tiempo, y que en esta década (por lo menos a mi) ninguna de las hechas terminan de convencer.