Dolores

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Una heroína de los '40

Lograda reconstrucción de época para la historia de una mujer que se impone en un ámbito masculino.

No son frecuentes las películas de época en el cine argentino: las dificultades que plantea una producción de ese tipo son enormes. Sin hacer un gran alarde de recursos económicos, pero explotando con ingenio y habilidad los medios disponibles, Juan Dickinson y su equipo resuelven con solvencia el desafío de ambientación de esta historia, que transcurre en una estancia bonaerense durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras en Europa estalla la mayor tragedia del Siglo XX, Dolores (Emilia Attias) vuelve de Escocia: su hermana murió y ella viene para ayudar en la crianza de su sobrino, y quizá también para resolver asuntos sentimentales pendientes con su cuñado (Guillermo Pfening), ante la reprobatoria mirada de su concuñada (buena interpretación de Mara Bestelli).

Hay en Dolores, salvando las distancias, un aire al cine de María Luisa Bemberg, especialmente a Miss Mary. Este también es el retrato de descendientes de británicos afincados en la pampa argentina, una familia de aires aristocráticos que les brinda una educación bilingüe y respetuosa de las tradiciones europeas a sus hijos. Como aquella miss Mary de Julie Christie, el de Dolores es un personaje femenino fuerte, que desafía las convenciones sociales de la época y viene a alterar la rutina del lugar. Y aquí también la mirada infantil de los conflictos de los adultos juega un rol preponderante.

Hasta ahí llegan las coincidencias. Quedó dicho: hay pericia técnica en esta narración. Y prolijidad, quizá excesiva: la puesta en escena es muy correcta, pero mucho de lo que la película tiene en meticulosidad le falta en emotividad. Por momentos, los diálogos y, por lo tanto, los personajes, están teñidos de artificialidad y acartonamiento. Con una caracterización que le da aires de diva del Hollywood de los años dorados, Attias presenta un physique du role insuperable, pero con una expresividad que no está a la misma altura.

De todos modos, la historia no deja de tener su atractivo. Hay toques de humor y pinceladas costumbristas de la vida rural de aquellos años -la milonga en el club social, la estación de tren, el transcurrir de las horas en la galería de la casona- que visten y realzan la epopeya de esta heroína capaz de resolver los conflictos con una audacia adelantada a su era.