“Dolores”: cuando la calma provinciana es inquietante
El tren cruza los campos de la provincia, 1939. En el vagón de elegante madera, alguien ha desplegado el diario, que anuncia con grandes titulares el comienzo de la guerra, allá en Europa. Y precisamente de allá viene la protagonista, argentina hija de escoceses. Viene a visitar la tumba de una hermana.
Diversos azares, como el cuidado del sobrino y las deudas de la pequeña estancia familiar, la empujan a quedarse. Quizá también la empuje el secreto aroma de diversos azahares: ella tuvo algo con quien después sería su cuñado y esa historia pide un cierre, o una apertura. Pero el hombre, también hijo de escoceses, no está en su mejor momento. Otro se acerca a la mujer. Es el dueño de la estancia vecina, hijo de alemanes. Y otro más ha de terciar en las decisiones del corazón. Es el gerente del banco.
Ésta es la clase de historia de tierra adentro que Mario Soffici o Pierre Chenal habrían convertido en drama enérgico, Alberto de Zavalía en tragedia oscura, y María Luisa Bemberg, que conocía el paño, en calma y sugestiva pintura de la época, la clase social y la condición femenina, obligada a negociar entre torpezas masculinas y limitaciones generales. Juan Dickinson, que oyó historias parecidas en reuniones familiares, y su libretista Roberto Scheuer se inclinan por esa última línea. De a poco, el asunto se va haciendo inquietante. Tal vez muy de a poco, pero Emilia Attias, Mara Bestelli, el uruguayo Roberto Birindelli, Manuel Vicente, Guillermo Pfening, Pepe Uría (vestuario), Miguel Abal (fotografía) y Sebastián Roses (arte) saben equilibrar el ritmo lento y alguna otra falencia. Rodaje en Estación Cabred y otros rincones del partido de Luján.