DEMASIADA TELENOVELA
Si en la ficción que era Forajidos de la Patagonia, Damián Leibovich había encontrado, aún con desniveles, una fusión estimulante entre el cine de aventuras y el western, en Domadoras de dragones, por más que sea un documental, realiza una apuesta similar, de mixtura de tonalidades. Pero acá los resultados son muy fallidos, con una narración partida en dos, que nunca encuentra un equilibrio entre los elementos que despliega y que termina agotando al espectador.
El film se centra en un grupo de mujeres sobrevivientes de cáncer de mama que deciden conformar un equipo de remo en bote dragón, una disciplina con un fuerte desarrollo en Asia y que es recomendada para quienes atraviesan tratamientos contra la enfermedad, dados los beneficios que otorga. La primera mitad narra ese encuentro grupal, el progreso individual y colectivo, y la eventual participación en diversas competencias, con un abordaje mayormente dramático -aunque con algunos toques de comedia- en el marco del género deportivo. Son unos cincuenta minutos interesantes, aunque contados sin mucho vuelo estético, un poco a las apuradas, unos cuantos subrayados y con una banda sonora que busca la épica, pero que se torna invasiva, restando incluso dramatismo en los momentos decisivos.
Pero lo peor viene al ingresar en la segunda mitad del metraje, que indaga en las crecientes tensiones de las integrantes del grupo de remeras. Todo se convierte en una sucesión de testimonios a cámara donde cada una de las protagonistas parecen pasarse facturas y rencores acumulados con un nivel de histeria que recuerda a las internas del gobierno nacional. Domadoras de dragones pasa entonces de la épica deportiva y la reflexión sobre el trabajo en equipo al melodrama telenovelesco, convirtiéndose en un relato enredado, cansino y, finalmente, agotador. No se entiende realmente cuál es el sentido de adentrarse en las contradicciones y hasta miserias de cada una de las mujeres: no hay aporte alguno al foco central del documental y encima el quiebre en el tono es sumamente abrupto.
Quizás Leibovich, en el medio del trayecto, se quedó sin nada constructivo para contar y pasó a interesarse en explorar cómo los egos y desencuentros pueden destruir los objetivos de un emprendimiento determinado. Pero esa exploración cae en un miserabilismo inconducente, que además entra en contradicción formal y narrativa con una puesta en escena que igual quiere sostener una épica que se derrumba rápidamente. Si al principio Domadoras de dragones amagaba con ser un documental discreto, su segundo tramo la arrastra, lamentablemente, a una mediocridad irremontable.